Talleres que no se reparan a sí mismos
Osmel Almaguer
Hace unos 30 años la vida recreativa del país estaba mucho más cerca de la vida cultural, cuando los jóvenes solían combinar lo útil a lo agradable, y un teatro, un cine, una exposición plástica o un recital de poesía eran opciones viables para cualquiera que quisiera pasarla bien.
Todos hemos asistido –y en ello no pretendo abundar pues es un tema harto tratado por muchos- a un proceso de marginalización de las sociedades a nivel mundial, según los cuales el ideal del superhombre, independiente, polígamo, pragmático y hasta violento, se ha adueñado de las mentes de los jóvenes y hace de la convivencia pacífica y valores como el amor y la amistad, utopías “fuera de moda.”
Treinta años atrás la vida cultural del país se sustentaba en una estructura institucional diseñada por el gobierno revolucionario. Esta no era perfecta, pero al menos en aquel momento funcionaba. Con la llegada del Período Especial dichas instituciones no desparecieron, pero comenzaron un camino tal vez definitivo hacia la anulación de sus funciones, sobre todo a niveles municipales.
En aquel entonces, los escritores noveles e interesados en serlo tenían sus talleres literarios en las Casas de Cultura.
Cada año se hacían concursos según los cuales se podía ascender en la cadena hasta ganar el Encuentro Debate Nacional de Talleres Literarios, cosa que te llenaba de prestigio, y que como sueño posible motivaba la participación de miles de jóvenes, deseosos de probar suerte en el mundo de las letras, posibilitando así el surgimiento y desarrollo de muchísimas figuras establecidas en el presente.
Hoy, todo eso parece un sueño borroso. Son muy pocos, menos de 20 con seguridad, los municipios que sostienen un buen trabajo a nivel de talleres. La gente no se acerca como antes. Los pocos que lo hacen se decepcionan. Y me pregunto: ¿de donde saldrán los escritores de las próximas generaciones?