Redescubriendo el sabor de las fresas

Bandejas con fresas frescas 

Por Osmel Almaguer

HAVANA TIMES – Comer fresas es una experiencia bastante cotidiana para el brasileño común. Las venden en cualquier esquina, en cualquier mercado, y la bandejita de 250 gramos cuesta entre 7 y 10 reales (aproximadamente un dólar y medio).

Son fresas producidas en el país.

Para un cubano emigrado, las fresas a menudo resultan una asignatura pendiente, porque en Cuba no hay. Tengo entendido que sí se producen, en algunas regiones frías, con microclima, pero los cubanos (casi) nunca las vemos.

La última vez que las había comido en Cuba fue antes de la pandemia, cuando las tiendas en MLC todavía ofrecían algunos productos interesantes. Compramos un paquete congelado, no recuerdo el precio, pero sí que eran bastante caras para nuestro poder adquisitivo.

Llegamos a casa con la premisa de hacer un rico batido en medio de aquel calor radioactivo, pero nos decepcionamos. Aquella bebida casi no tenía sabor a fresas. Era como una leche desabrida.

Al llegar a Brasil, aunque al principio nuestro presupuesto no alcanzaba sino solo para los alimentos básicos, cierta vez compramos una bandejita de esas que venden dondequiera.

Mi deseo secreto era revivir el sabor de los helados que vendían en el Coopelita de mi barrio en los años 80, que tenían hasta pedazos de fresa. Sin embargo, una vez más quedé decepcionado, y comencé a pensar que tal vez la memoria me estaba jugando una mala pasada, que en verdad no existía el sabor que yo recordaba.

Pero el pasado domingo un amigo brasileño nos invitó a que conociéramos una región ubicada al suroeste de Curitiba, donde cultivan fresas. Se trata del municipio de Araucaria, una región que pertenece a la ciudad, pero que se ubica geográficamente fuera de sus límites, a unos 15 km de donde vivo.

Araucaria tiene un pueblo que ya había visitado, y del que aprecié su aire limpio y la paz que se respira, aunque esta vez no fuimos al pueblo, sino al campo, donde venden las fresas.

Recogiendo fresas

El viaje en carro fue largo. Conversamos sobre lo que queremos hacer en nuestras vidas y también apreciamos los lindos paisajes, donde los cultivos de soya y de maíz adornan el campo con sus tonalidades amarillas.

También conocimos algunos sitios bastante interesantes, creados por la colonia de polacos que fundaron aquel pueblo. 

Luego llegamos hasta el lugar donde venden las fresas. El kilo de fresas congeladas a 12 reales (unos dos dólares), y el de fresas frescas, que tienes la oportunidad de recoger tú mismo en los canteros, a 20 reales (tres dólares y medio).

Canteros de fresas 

Probamos las fresas frescas y fueron deliciosas. Daban el deseo de comer una y otra vez. Eran sorprendentemente dulces a la par que mantenían su característica acidez. Compramos dos kilos de fresas congeladas para hacer batido en casa.

Cuando llegamos, hicimos el batido de fresas. Temía otra experiencia frustrante. Ya había comenzado a pensar que la humanidad tiene un fetiche injustificado con las fresas, pero esta vez fue diferente. Aquella especie de orgasmo gustativo de la infancia se repitió cuando sorbí la bebida.

Entonces muchas cosas en mi mente comenzaron a encajar.        

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