Perdiendo el juego de los adultos
Osmel Almaguer
La gente que me rodea está cada vez más seria. Sus rostros se contraen cada vez más. Pasan cada vez más tiempo con apariencia de pocos amigos. Callan cada vez más.
Su silencio es solo interrumpido por lacónicos comentarios en forma de susurro. Sus ojos adoptan una expresión de complicidad, como de malicia, en uno de esos momentos comparables a la alegría.
Para mí la alegría es otra cosa. Espontaneidad, sinceridad y hasta inocencia. Cuando niño los adultos me parecían aburridos y tristes, siempre de mal humor. Junto a mis amiguitos, que por supuesto también eran niños, pasaba largos ratos riendo de cualquier bobería. No estábamos obligados a mantener postura alguna con el fin de aparentar lo que no éramos.
Cuando crecimos todo cambió. En la secundaria ser “inmaduro,” o al menos parecerlo ante los ojos de chicas o chicos, era lo peor que le podía suceder a cualquiera. Pero como a fin de cuentas no éramos más que niños, lo máximo que podíamos hacer era actuar, meternos en el papel de los adultos, jugar a ser ellos.
Para mí ese fue el primer descubrimiento de que no siempre las cosas son lo que parecen ser. Era imposible que de un día para otro mis amigos hubiesen cambiado tan radicalmente. Evidentemente era todo un juego de espejismos, al cual estaba renuente.
Mantener la seriedad era lo esencial. Reprimir los sentimientos y el estado de ánimo era el precio a pagar para ser aceptado por otros que no tenían la valentía para enfrentarse a todo aquello.
Tiempo después descubrí la malicia, la picardía de las personas. Ya no bastaba tener una postura tiesa y reproducir en cada momento gestos y frases que parecían salidas de un catálogo. Había que llevar el juego hasta el extremo de manipular a los demás sin ser manipulados. Eso te daba preponderancia, la necesaria para obtener respeto y chicas. Además de difícil, esto era inaceptable para mí.
Con los años he descubierto nuevas facetas del juego de los adultos. Algunas veces como victimario y la mayoría como víctima. Quizás ahí radique mi interés por mantener ese pedazo de niño que aún llevo dentro. Ya no soporto tantas caras amargadas y ojos simuladores conspirando a mí alrededor. Yo creía que ese juego era solo de adolescentes.
Ya no necesito parecer un adulto, porque lo soy. Ahora lo que necesito es parecer un niño. Por eso ando en busca de algunos amiguitos.