Mucho más que los carnavales y el Cristo de Corcovado

Araucária al fondo- árbol típico del sur de Brasil

Por Osmel Almaguer

HAVANA TIMES – Mi relación con la cultura brasileña siempre fue más o menos la misma que tiene la mayoría de los cubanos. Influida por lo que veía en las telenovelas que, desde hace 40 años, pasan por la televisión nacional en días alternos.

Las mismas trasmiten una visión río centrista de la cultura brasileña. La playa, el carnaval, el pan de azúcar, el agua de coco y la samba. 

Un pedazo de realidad donde entornos como São Paulo y Curitiba se muestran sólo como alternativas complementarias, y el nordeste del país es sólo un infierno borroso, del que algunos personajes suelen escapar.

El resto, un vacío.

No quiero, ni tengo derecho a cuestionar la proyección hacia el exterior de la cultura brasileña. Ni siquiera he cumplido los dos años de estancia en este país y estoy lejos de conocer cómo funcionan sus ministerios, quiénes y cómo manejan los hilos.

Lo que sí puedo es revelar lo que captan mis ojos y oyen mis oídos.

Brasil es un país enorme, una federación. En él cabrían 26 países grandes y de hecho ese el número de estados en los que está dividido. Están unidos por una lengua y tienen rasgos generales que los identifican, pero también cientos de características que los diversifican, según cada región.

El imaginario carioca (especie de gentilicio relativo a Río de Janeiro) es tan sólo una de esas piezas en el mosaico cultural brasileño.

En mi llegada a Brasil, pasé por el estado de Roraima, al norte, y luego, un poco más abajo, estuve un par de semanas en Amazonas, antes de radicarme definitivamente en Paraná. Y puedo afirmar que son realidades diferentes, y que ninguna de ellas se parece a las telenovelas que trasmiten en mi país.

Luego aquí, conversando con gente originaria de diferentes lugares, he continuado armando un poco mi propia visión del mosaico, y continúo confirmando la variedad de acentos, jergas, costumbres, tradiciones, imaginarios, rasgos fenotípicos, morales y psicológicos.      

Aunque todavía sueño con apreciar los paisajes de Rio de Janeiro desde aquel teleférico famoso, y con bañarme en aquella playa donde los personajes juegan voleibol y toman agua de coco, ahora quiero conocer la belleza sin igual de San Salvador de Bahía, y cruzar caminando aquella calle en Río Grande do Sul que marca frontera con Uruguay, y conocer las playas de Florianópolis y el resto de los lugares mágicos que, dentro de este país gigantesco, tienen una historia que contar.       

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