La moto roja

Osmel Almaguer

Foto: Caridad

HAVANA TIMES, 27 dic — La moto de mi mamá no es solo roja por su color, sino también porque pertenece al Estado Socialista, ese ser abstracto del que se supone que formamos parte. Por eso la moto es y no es de mi mamá.

Contradicción de la propiedad socialista que me parece más difícil de entender que la Santísima Trinidad.

Como la moto de mi mamá hay muchas en la calle. Motos de todos los colores que sin embargo no dejan de ser “rojas.”

La mayoría de ellas en mal estado, porque se supone que en los centros de trabajo no hay dinero para su mantenimiento.

La gente las repara como puede. Con su propio dinero, porque les conviene, ya que todo el mundo sabe las dificultades que existen con el transporte.

Son medios viejos en su mayoría. Con cinco, diez, veinte o más años de uso. Tengo entendido que aún se importan algunas producidas actualmente en Europa del Este, como sucede también con la mundialmente famosa marca de autos Lada.

Mi madre es de las pocas personas honradas que conozco. No es chovinismo ni exageración.

Ella no sería capaz de desviar el más mínimo recurso de su centro de trabajo, el cual dirige desde hace cinco años. Y aclaro que los códigos morales populares se han transformado forzosamente en los últimos años, volviéndose más tolerantes con el desvío de recursos estatales.

Así, la moto roja de mi madre vive gracias a la caridad de los amigos de mi madre. Ni siquiera la gasolina que le asignan le alcanza para moverse en funciones de trabajo.

Ahora mismo el neumático trasero con todos sus componentes debe ser cambiado, pues ya no da más. Sólo la goma, sin contar la cámara y la llanta, cuesta 30 o 35 CUC, el dinero equivalente a dos meses de trabajo

osmel

Osmel Almaguer: Hace poco solía identificarme como poeta, promotor cultural y estudiante universitario. Ahora que mis nociones sobre la poesía se han modificado un poco, que cambié de labor y que he culminado mis estudios ¿soy otra persona? Es usual acudir al status social en nuestras presentaciones, en lugar de buscar en nosotros mismos las características que nos hacen únicos y especiales. Que le temo a los arácnidos, que nunca he podido aprender a bailar, que me ponen nervioso las cosas más simples y me excitan los momentos cumbres, que soy perfeccionista, flemático pero impulsivo, infantil y anticuado, son pistas para llegar a quien verdaderamente soy.

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