La mentira de la abuela
Osmel Almaguer
HAVANA TIMES — “Mija, aquí me ves ―le decía una señora a la otra―, vengo de la escuela de la niña, que la directora me llamó urgentemente porque se enteró que venía una comisión de metodólogos a visitar la escuela”.
“Yo soy la salvación de esa escuela ―continuó mientras alzaba una vajilla que llevaba en la mano―. ¿Ves esto? Es que allí no tienen platos ni vasos para atender a las visitas. Si no fuera por mí…”.
Y prácticamente sin dejar hablar a la otra prosiguió: “De allá siempre me están llamando. Si no es que les falta un plato, es que necesitan pintura para el aula, o que van a hacer una fiesta para los maestros, o cualquier otro favor que se les ocurra”.
“Yo siempre estoy a su disposición, porque tú sabes, mi nieta no es muy aventajada en las clases, y cuando las cosas se traban ellos siempre me le dan un empujoncito. Peor sería que repitiera el año”.
La señora concluyó su discurso y se despidió, como si hubiera terminado de desahogarse. Yo, que estaba a unos metros y escuchaba entre asombrado e incómodo, sabía bien de lo que hablaba ella, pues no hace mucho me tocó la difícil labor de dar clases en una de esas escuelas de ahora.
Es llamativo que en ningún momento la señora se haya mostrado preocupada por el futuro de su nieta. En esta sociedad hay un gran número de personas que prefieren pagar o sobornar antes de estudiar, que prefieren el camino fácil antes que el sacrificio; el único que garantiza las cosas verdaderamente imperecederas.
La abuela está forjando el camino de su nieta a base de una mentira. Dentro de unos años, ella dependerá del soborno para conseguir un trabajo decente. Y lo más preocupante: posiblemente haya muchos funcionarios dispuestos a ser sobornados.
Esto me hubiera sorprendido algunas semanas atrás. Definitivamente estoy alejado del sistema educacional cubano, por suerte, así que lo que ocurre en las escuelas, especialmente en las de La Habana, me es desconocido.
Ya escuché, entonces, y por eso no me sorprende el artículo de Osmel, sobre padres que subvencionan los arreglos de las escuelas, y casi pagan el salario de los maestros, a base de “regalitos”, para que el niño “salga bien”.
De la misma forma escuché de niños marginados en sus aulas porque no poseen pupitres especialmente diseñados para ellos, de acuerdo con su personaje de ficción favorito (Spiderman, Hanna Montana, etc.), o porque “la javita del almuerzo no es de la chopin”.
Los comentarios van y vienen, y las mentiras campean a gusto por los medios, los oficiales y los extra-oficiales. Habría que visitar las escuelas y comprobar la veracidad de los comentarios. Pero entonces, ¿qué cara mostrarían, la del día a día, o la de salir por televisión?