La casa por la ventana

Osmel Almaguer

Bailando en La Habana. Foto: Caridad

El cubano siempre está buscando motivos para celebrar. Le da lo mismo un cumpleaños que un “no cumpleaños.”  Motivos bastante comunes son también las victorias de los equipos en el deporte, los cumpleaños de santos, el éxito profesional o la reunión de amigos que no se veían desde hacía mucho.

Basta con más de dos personas, una botella de ron y un poco de música -que puede incluso ser una rumba con cuchara y cajón- para que se forme la fiesta.

En nuestras fiestas casi siempre se baila, porque la danza es una de nuestras expresiones de libertad. Esto no lo digo gratuitamente, baste pensar en el areito de nuestros aborígenes, que constituía el más importante acontecimiento social, e incluía baile, bebidas y cantos en los cuales fundían competencia, liturgia y esparcimiento.

Luego estaban las fiestas de los negros esclavos, quienes habían venido con su cultura, y no estaban dispuestos a renunciar a ella por la imposición de sus amos blancos. Pronto descubrieron que podían adorar a sus propios santos si les llamaban por los nombres de los dioses blancos. Entonces sus fiestas se cargaban de un espíritu de resistencia, había catarsis, pero eran toleradas por los amos.

Mucho más acá, en el siglo XX, proliferaron las fiestas municipales, que en un principio derivaron de las representaciones teatrales de carácter religioso, realizadas por los españoles a inicios de la conquista. Comparsas, parrandas, congas y carnavales se repartían a lo largo de todo el calendario, como iniciativa de los pobladores locales, en las cuales el espíritu de libertad permanecía latente.

Durante toda su existencia, o al menos desde que los principales rasgos de la cubanidad comenzaron a hacerse evidentes, el cubano ha tenido preferencia por las fiestas. Nuestra historia de pobreza, sucesivas crisis económicas, intervenciones militares, reconcentraciones y luchas por la independencia ha estado definida por esa doble tendencia que mostramos en nuestras fiestas: las ansias de libertad y el festejo como trance en el que liberamos las tensiones de una vida material no realizada.

Dando todo por el hoy

Si tuviera que mencionar una característica importante de la fiesta cubana, diría que solemos celebrar sin que importe el mañana, dando todo por el hoy, como si el mundo se fuera a acabar. Y gastamos todo el dinero que pueda haber en el bolsillo, para que luego nos digan por la calle, “fulano, ayer tiraste la casa por la ventana,” con esa forma tan cubana de sugerirnos que no nos queda ni para comprar el pan y los frijoles.

Con la institucionalización que sobrevino al triunfo revolucionario del 59, las fiestas populares fueron, poco a poco, perdiendo su carácter espontáneo. Ahora dependían del gobierno municipal, de la economía, y la organización estatal.

Con el paso de los años y la llegada del Período Especial, hacer fiesta, para la mayoría de la gente, además de carecer de sentido, era muy difícil, debido a las dificultades económicas. La gente se daba sus tragos, se reunía en familia, escuchaba música y bailaba, pero con la máxima modestia posible. No obstante, después de los noventa el instinto de tirar la casa por la ventana aumentó mucho entre los cubanos.

Fue cuando el gobierno encontró en las gigantescas fiestas populares un modo de contentar un poco al pueblo y engrasar su maquinaria movilizadora en provecho de la Revolución. Se contrataban orquestas de salsa de la preferencia de muchos, Van Van, Paulo FG o la Charanga Habanera, se ponía una o dos pipas de cerveza –que los vendedores “bautizaban” con grandes cantidades de agua- y ya estaba la fiesta, barata, multipropósito y formadora de grandes conflictos, porque cuando aquella gran masa de gente humilde, gente de barrio, que tenía sus grandes problemas, se llenaba la cabeza de cerveza aguada y se emborrachaba, no eran pocas las peleas, que por aquellos tiempos se pusieron de moda.

Muy poco de libertad se podía observar en las mismas, con excepción de las propias riñas, con las cuales, además de perderse muchas vidas, los contrincantes se desahogaban un poco. Somos dueños de una larga tradición festiva, que nos define y es definida por otras tradiciones con que también contamos, como la de ser humildes pero rebeldes.

osmel

Osmel Almaguer: Hace poco solía identificarme como poeta, promotor cultural y estudiante universitario. Ahora que mis nociones sobre la poesía se han modificado un poco, que cambié de labor y que he culminado mis estudios ¿soy otra persona? Es usual acudir al status social en nuestras presentaciones, en lugar de buscar en nosotros mismos las características que nos hacen únicos y especiales. Que le temo a los arácnidos, que nunca he podido aprender a bailar, que me ponen nervioso las cosas más simples y me excitan los momentos cumbres, que soy perfeccionista, flemático pero impulsivo, infantil y anticuado, son pistas para llegar a quien verdaderamente soy.

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One thought on “La casa por la ventana

  • gracias a las fiestas hulmildes u ostentosas, de pueblo o particulares podemos olvidarnos de las miserias que nos rodean. Viva Cuba de fiesta!

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