Inmigrantes en Brasil: el dolor de la separación

Por Osmel Almaguer

HAVANA TIMES – Llevo dos años y medio sin ver a mi madre. Mi esposa lleva dos años y medio sin ver a su madre. Mi padre murió en mi ausencia, sin un adiós, sin unas palabras de aliento y un abrazo.

Mi hija sólo conoce a sus abuelas por videollamadas. No tiene lazos reales con ellas. A veces les dice que las ama, con mucha timidez, como puede amar un ser inocente a un par de ancianas de las que solo conoce ternura digitalizada.

No tenemos perspectivas de volver a Cuba, ni siquiera de visita. No hay condiciones legales, ni económicas y ni siquiera tenemos deseos.

Claro que me gustaría recorrer una vez más los lugares de mi niñez, dar un abrazo a mis familiares que aún sobreviven a aquella catástrofe socio-política y visitar a los amigos que quedan allá, pero lo que no me gustaría es volver a vivir la atmósfera de la aduana en el aeropuerto, los apagones, la impotencia de tener dinero y que no haya nada que comprar, el maltrato generalizado.

Si en el futuro podemos, traeremos a nuestras madres de vacaciones, y punto. Y si nos va mejor de lo que imagino, gastaremos dinero en visitar países como Chile o Uruguay, o estados dentro del mismo Brasil que atesoran bellezas inestimables.

La separación es dolorosa, y aquí hemos conocido a personas que la sufren inclusive peor que nosotros. Tal es el caso de Angélica, una venezolana con tres hijos que solo consiguió traer al más pequeño, mientras los otros permanecen en su país, en espera de que ella pueda reunir algunos reales para traerlos.

Ese dolor es diario y punzante, me dice.

Dainier, un cubano que trabaja conmigo, dice que lo cambiaría todo por volver a estar cerca de su hijo. Como muchos compatriotas, él vendió todo para venir a Brasil, con la esperanza de poder traer a su hijo.

Tiene dos trabajos. Se levanta a las cinco de la mañana de lunes a viernes y trabaja en un taller automotriz hasta las once, y luego se incorpora a la carnicería, donde labora hasta las nueve y media de la noche seis veces por semana. Todo con el objetivo de reunir dinero para traer a su descendencia.

Para este joven las cosas han resultado más complicadas de lo que imaginó, no solo por el precio en dinero que implica reunirse con su hijo, sino también porque la madre del muchacho, que ya no es pareja de él, ha cambiado de opinión y ahora no quiere venir para Brasil.

Cada inmigrante en este país tiene una historia de dolor detrás. Al compartir idioma y tener culturas bastante similares, los cubanos y los venezolanos nos damos aliento mutuo.

Brasil es un país de puertas abiertas, como ya dije un día. La inmigración forma parte activa en la conformación histórica de su idiosincrasia, y todas esas historias de dolor, gracias a Dios, algún día terminan sedimentándose en el sentir de este país, convertidas en algo hermoso.     

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