Cruzando el puente del golfito

Osmel Almaguer

Cojimar, La Habana. foto: Caridad

Hoy es 26 de julio, día festivo en el que se conmemora el asalto al Cuartel Moncada, que supuso un momento importante en el posterior triunfo del 59.

Sabiendo que va a ser difícil coger una guagua desde la casa de mi madre, en Cojímar, me decido a partir a pié hasta la casa de unas amistades en Alamar.

La ruta más corta es El Golfito.  Atravesar todo Cojimar, desde la Villa Panamericana.  Mirar las abundantes casas de hasta dos plantas, cercadas, con perros de raza en los patios, columnas y otras nimiedades que ayudan a darle distinción a las fachadas.

Modelo de vivienda que se ha tratado de evitar en nuestro modelo socialista, en el que se prefiere la colectivización de la vida, encarnada en los edificios multifamiliares, tan abundantes en la mayoría de los municipios de Cuba.

Cojímar es un barrio de distinción, según mis padres, ¿uno de los más contrarrevolucionarios?. Las costumbres implantadas con posterioridad a la ¿dictadura del proletariado? no prendieron en este pueblo con la misma fuerza que en otros lugares.

Con los cambios a raíz del Período Especial, que causaron una apertura a las influencias externas, comenzó un proceso gradual de privatización de la vida, si no institucional (que sí lo ha habido en alguna medida) al menos familiar. En esto, Cojímar ha estado a la cabeza.

Calle de Cojimar. foto: Caridad

La gracia de sus construcciones contrasta con las calles, que casi no existen. Hay tantos baches que el espacio que ocupan estos es mayoritario sobre la superficie del asfalto.  Mirando el paisaje bajo el intenso sol llego hasta El Golfito. Entrada de mar en la que desemboca el Río de Cojímar, que penetra tierra adentro dividiendo Cojímar de Alamar.

Una calle igual de destruida bordea la costa y lleva hasta el puente que cruza el río. Del está el centro recreativo que recibe el nombre del lugar. Antes era ampliamente preferido y visitado por la juventud de la zona. Hoy tiene aires un poco caducados, pasados de moda.

El Golfito tiene un pista de minigolf, sin cercas, sin nadie que controle y cuide el lugar, sin nadie que cobre la entrada, sin nadie que repare. Algunos jóvenes matan el aburrimiento con palos de golf conseguidos no se sabe donde, pues en las tiendas no existen, ni siquiera en las de divisas.

Hay una barra que ofrece la apariencia de haber sido construida con zinc de la basura, sin pintar, en la que el Estado vende cerveza de pipa. Un cantinero bajito, sin afeitar, con la camisa del uniforme abierta, muestra un pecho colorado por el alcohol ingerido.

La música de los 60 sale de un equipo que debe tener su misma edad, cincuenta años. Se oye mal. Alrededor la gente armoniza con el ambiente. También parece estar detenida en el tiempo, embotada, bucólica, ingiriendo su cerveza aguada y esperando que el tiempo acabe de pasar.

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