Carnicero: un oficio nunca imaginado

Vista superior del supermercado donde trabajo.

Por Osmel Almaguer

HAVANA TIMES – Mi vida en Brasil ha sido diametralmente opuesta a la vida que tuve en Cuba. Por el idioma, por el estilo de vida, por la cultura y porque gano mi sustento y el de mi familia con un oficio muy diferente al de periodista. Soy açougueiro (carnicero en portugués).

Una de los tantísimos problemas que experimenta la sociedad cubana de hoy es la falta de carne, principalmente de res. A tal punto que, entre 1990 y 2022, sólo conseguí probarla unas cinco veces.

Cuando recibí la propuesta de trabajar en el açougue (carnicería) del supermercado donde laboro, mi primera reacción fue positiva, porque significaba una mejoría salarial, pero después pensé: ¿Y qué diantres sé yo de carnes?         

Comencé como balconista (vendedor) con la perspectiva de convertirme en açougueiro en poco tiempo. Milagrosamente aprendí el oficio con rapidez. A pesar de contar con muchos cortes diferentes y tener que conocerlos desde cero, relacionarme con ellos y venderlos en portugués, a la clientela de una favela.

Para vender, también tenía que memorizar un código para cada uno de los más de 40 productos que ofertamos, y en menos de una semana ya estaba dominándolos todos. Inclusive con aquella imagen errónea de desmemoriado que tenía de mí mismo. 

La carnicería del supermercado con ofertas del día.

Otro paso en mi relación con la carne tuvo lugar cuando comencé a cambiar mis hábitos alimenticios. En tanto ahora tenía acceso a buenos cortes y a promociones de primera mano, comencé a comprar carne más a menudo y pronto cambiamos aquella filosofía de que la carne es dañina, de que solo es bueno comerla dos veces por semana.

Mi cuerpo ha descrito transformaciones muy interesantes desde el punto de vista muscular. Inclusive un análisis de sangre nos reveló que llegamos de Cuba con un bajísimo índice de vitamina B, fundamental en el proceso absorción de energía de los alimentos que comemos, formación de glóbulos rojos e inmunidad ante las enfermedades virales, lo que se debe a bajos consumos de carne.  

Aquí en Curitiba, muchas personas de bajos recursos compran la carne que se van a comer el mismo día. Aunque también les gusta guardar algo en las neveras cuando sacan ofertas. Esto sucede incluso siendo Brasil, según leí, uno de los tres países de Latinoamérica con la carne de res más cara.

Actualmente un kilogramo de bistec de pathino (lomo de buey), cuesta unos cuarenta reales (8 dólares al cambio) en el mercado donde trabajo. Eso equivale a medio día de trabajo para mí.

Tres meses después, comencé mi entrenamiento como açougueiro. Llegaban otros retos, aprender a hacer los cortes de las carnes, desmontar las grandes piezas de buey en las cámaras refrigeradas, cortar bistec bien fino sin echar a perder la pieza, utilizar una sierra sinfín bastante peligrosa, etc.

Poco a poco también comencé a aprender que el oficio es algo más que cortar carne. Requiere visión, planificación, organización del trabajo y mucha higiene.

A seis meses de haber comenzado en él, todavía me parece mentira. Si en 2014 alguien del futuro hubiera profetizado cómo sería mi vida, con certeza me hubiera reído.  

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