Bajo El Colorete De La Habana Vieja
Osmel Almaguer
Josué es mi más joven y reciente amigo. Tiene 22 años. Hace once meses que trabaja en donde mismo lo hago yo en el Instituto Cubano del Libro.
En los últimos tres meses nos hemos acercado bastante. Nos contamos aspectos de nuestras vidas. Compartimos alegrías y tristezas.
Resulta que tiene un apartamento en La Habana Vieja, la zona más antigua de la ciudad, en la que aún perviven muchas construcciones coloniales.
El paso del tiempo ha afectado mucho a estos edificios, a pesar del proyecto de restauración que mucho ha conservado y mejorado las calles y fachadas de este municipio.
A pesar de la mejoría, aún pervive en este lugar una forma de vida conocida como “solar”. O sea, lo que antes era una casa enorme de dos plantas en donde se instalaban las más ricas familias criollas, ahora es un edificio dividido en gran cantidad de pequeños cuartos, y en cada uno de ellos una familia generalmente numerosa.
En cada solar viven muchas familias, que tienen que compartir el único baño del lugar. La higiene es bastante pobre, y las riñas y conflictos entre vecinos son bastante comunes.
Desde la década de los 90 el Centro Histórico se ha convertido en una especie de empresa autofinanciada y que produce gran entrada de divisas al país, por medio del mercado del turismo.
Por eso la Oficina del Historiador tiene suficiente dinero para hacer de La Habana Vieja un sitio más agradable a la vista, con sus fachadas bien pintadas y repelladas, y sus calles en perfecto estado.
Pero en el interior de los edificios, donde no alcanza la vista del turista, las paredes están desconchadas, despintadas, las instalaciones de agua rotas, y las que no, son innecesarias, pues a veces pasan meses y el agua no sale por las llaves.
Por eso es frecuente ver aglomeraciones de gente con cubos junto a las pipas de agua que pone el gobierno para que al menos se bañen y cocinen.
Estadísticas brindadas por los medios de comunicación afirman que la cuarta parte del agua que se bombea en la ciudad, se pierde en salideros y roturas de las tuberías. No se le brinda una solución a este problema. Acuden a la recurrente justificación de la carencia de recursos económicos.
Josué tiene la suerte de que su edificio no es un solar, aunque igual sufre de las carencias de agua, y me cuenta de amistades del barrio que son tantos en un solo cuarto que tienen que dividir en turnos las horas de la noche.
Se impresionó mucho al ir en una ocasión a casa de Javier y ver las camas, el suelo y el sofá cubiertos de gente durmiendo, y a Javier, su padre, y cinco de sus hermanos, de pié junto a la puerta, esperando que les tocase su turno de acostarse.