Así atiende una clínica odontológica privada en Brasil

Lobby del Instituto Odontológico de las Américas, en Curitiba, Brasil

Por Osmel Almaguer

HAVANA TIMES – La última vez que asistí a una consulta odontológica estatal aquí en Brasil, llevaba ya varios meses aguantando un dolor de muelas. Me habían estado dando turnos bien espaciados en el tiempo, pero el resultado esperado no llegaba.

Hasta gasté 44 reales en Uber (aproximadamente 8 dólares) para ir a un hospital distante (también estatal y gratis) donde me tiraron unos rayos X que tampoco me sirvieron de mucho. Fue entonces cuando decidí acudir a una clínica privada.

Mi esposa me recomendó el Instituto Odontológico de las Américas que es donde ella se atiende. Allí ha logrado realizar su sueño de ponerse los aparatos en los dientes, por un precio módico, algo que aquí en Brasil es bastante caro.

De hecho, los aparatos en sí le salen gratuitos, solo tiene que pagar 60 reales al mes (unos 11 dólares) para los ajustes y el mantenimiento. El precio bajo se debe a que la clínica es también una facultad dónde alumnos de la especialidad hacen sus prácticas. El valor standard de ese trabajo es mucho mayor, de 150 reales (unos 28 dólares).

Embullado por la buena referencia, acudí al lugar para recibir un diagnóstico y averiguar los precios de los empastes. Me impresionaron el confort y la elegancia del lobby. Fui atendido por la especialista principal y de ella recibí un diagnóstico inesperado. Tendría que extraer aquella muela.

El valor de un empaste, realizado por los alumnos, hubiera sido de 50 reales (9 dólares), como la mayoría de los servicios que ellos prestan. Pero como se trataba de una extracción, preferí pagar la tarifa de la profesora principal, que es de 150 reales (28 dólares).

Para mayor seguridad, la odontóloga me pidió realizar una placa panorámica. En un principio no supe de qué se trataba. La misma me costó 55 reales (10 dólares) y tuve que realizármela en la clínica de radiología odontológica UNIX, otro lugar con comodidades y atención de hotel.

Nueve días después de la primera consulta estaba yo sentado en el sillón para la extracción. El televisor, desde una esquina del salón, reproducía una música pop bastante relajante.

Fui atendido con todos los cuidados. Hasta colocaron una tela semitransparente encima de mi rostro con el objetivo de aislar la zona a intervenir del resto de mi cabeza. Así evitaban cualquier tipo de contaminación, me ahorraban el tener que ver la preparación de los utensilios a la par que amainaban la intensidad de la luz encima de mis ojos.

Desinfectaron mi rostro con suma delicadeza. Me hablaron con dulzura y hasta se permitieron bromear, con mucho respeto. El nivel de dolor fue mínimo. Y en todo momento me informaban lo que estaban haciendo. Me preguntaban si sentía dolor.

A la verdad toda la experiencia estuvo marcada por mi propio miedo al dolor, no por el dolor en sí.

Era un miedo creado años atrás, por repetidas experiencias dolorosas en las clínicas cubanas, dónde las estomatólogas hacen lo que pueden, casi siempre, pero no existen ni la tecnología ni los utensilios, ni el ambiente, pero tampoco los protocolos de respeto y sensibilidad que todo ser humano merece.

Tres días después de una extracción en la que colocaron puntos, una práctica que nunca vi hacer en mi país, la cicatriz está limpia y la recuperación ha sido indolora. El valor total de la cirugía fue de 200 reales (unos 36 dólares), que representan apenas el 4% de nuestros ingresos totales en un mes.                

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