Mujer cubana ¿blanca? ante el espejo

Mavis Alvarez

No recuerdo haberme preguntado a mí  misma, alguna vez, a qué raza pertenezco.  Nací con ventaja en una sociedad que discriminaba a los no blancos.

Entonces, ¿yo, soy blanca?

La respuesta no es tan sencilla. En mi documento de identidad consta que mi piel es de color blanco. Entonces, ¿yo soy blanca? Voy a buscarme en mi árbol genealógico, voy por esa ruta porque lo de las razas no me sirve.

La ciencia contemporánea penetró  en la sustancia del genoma humano y resulta que la teoría de las diferencias raciales se ha ido al piso porque sólo hay una raza, la raza humana y a ella pertenecemos personas de cualquier color.

Dejo el genoma y sigo con la genealogía.

Lo que conozco de mi familia.

Primer tronco: una hija de africanos, traída -ya sabemos cómo- a esta tierra caribeña, va a parar con otros como ella a una dotación de esclavos en los campos cañeros del oriente de la isla.

Esta mujer negra tiene sexo con otro negro -no sabemos cuál- y pare una niña cubana que cuando crece se cruza, ¡nada menos que con un chino! -también traído con engaño desde Yucatán-  y también semiesclavo en la plantación cañera.

Hay un paréntesis histórico: los negros, los blancos, los chinos, los moros, se van a la guerra para que los colonizadores españoles se vayan a sus casas.

Y después de treinta años peleando, ganaron la guerra y llegó la libertad, no tan libre como se quería pero bueno…de eso no voy a hablar ahora.

Vuelvo a mi tatarabuela, porque esa negra que casó con chino es la madre de mi bisabuela, que sí la conocí. Se llamaba Alfonsa y le decían Focha, mi bisabuela, mulata china de piel cruzada de negro y amarillo, que murió a los 108 años, ciega y fuerte, que pedía café en las mañanas sin levantarse de la cama porque “tenía  la cabeza fría”. Y también conocí a mi bisabuelo que pasaba por blanco pero que no lo era, porque descendía de isleños de Canarias. Y ya sabemos que los blancos europeos de la península ibérica estuvieron ocho siglos bajo el dominio árabe y algo debieron cruzarse, unos y otras, otros y unas, en tan larga estadía juntos y revueltos.

Pero no se queda ahí el asunto. La bisabuela Focha joven, era linda y fogosa, de manera que ella y su marido casi blanco y tan fogoso como ella, tuvieron once hijos, entre ellos un varón, nombrado Augusto cuya piel salió blanca, blanca, pero su pelo corto, duro y rizado recordaba a la africana que trajeron a la fuerza.

Ese Augusto fue mi abuelo. Era “jabao”, como le decimos en Cuba a quienes tienen esa mezcla de piel y pelo.

Olvidé apuntar que hasta ahí toda la familia vivía y trabajaba en el campo.

Mi abuelo Augusto fue el primero que buscó mujer en la ciudad.

No conozco los detalles de ese encuentro ni cómo ocurrieron los hechos, el caso es que mi abuela Micaela piel blanca y pelo lacio se enamoró del jabao Augusto, se fue con él al monte y le parió dos hijas, una de las cuales resultó ser mi madre, Petronila, más conocida por Nila.

Nila blanqueó más a la familia. Era jabá, su piel más clara que la de mi abuelo, pero la dureza del cabello la traicionaba. Pasaba por blanca pero se planchaba el pelo para estirarlo. Era linda mi madre, en verdad, pero era pobre y campesina, y sólo llegó al tercer grado de la escuela. Apareció en su vida mi padre, Constantino, emigrante español con algunos medios económicos y veinte años más que mi madrecasiniña. Oportunista el hombre… ¡Cómo se repite la historia!

Tres hembras parió mi madre. Todas pieles blancas, pelo fino.

Nacimos con ventaja en una sociedad republicana, pero racista.

En 1962 yo, y millones más de cubanos,  declaramos el fin del racismo en Cuba.

Años después nos percatamos que eliminar el racismo institucional no garantiza eliminar el racismo en la sociedad, ni en la conciencia de cada individuo. Y ahí andamos, descubriendo el resurgir del racismo en este país, creo que no debo decir resurgir, más bien descubrir que seguía ahí, agazapado y en lista de espera. Porque el racismo es un embrión muy fuerte, viene de un óvulo fecundado en el coloniaje, se multiplica y crece fuerte en árbol frondoso y maligno si el medio le es favorable. Se oculta, se solapa y mimetiza si las condiciones le son adversas.

Es paciente y espera, espera y rebrota, de mil otras maneras más sutiles pero igual de perversas, cuando reaparecen condiciones propicias.

En todo esto pensé ayer, al regreso de un diálogo entre colegas en un salón repleto de gente diversa, en la asociación de escritores  de la cual soy miembro.

Hablamos de Cuba y sus problemas raciales.

Y los que me leen se preguntarán, pero…¿hay problemas raciales en Cuba?

Claro que los hay, ¿por qué no, con la historia que tenemos detrás?

Y me miro al espejo, piel blanca, ojos achinados, pelo rizado, labios gruesos y nariz nada recta, más bien achatada. No está mal, me gusto como soy…pero, ¿qué soy?

¿Yo?, soy cubana, hija de Petronila, nieta de Micaela, bisnieta de Focha y tataranieta de una negra africana sin nombre conocido.

Cubana, hija de español asturiano, nieta de jabao, bisnieta de isleño canario, tataranieta de chino y más atrás, de negro africano sin nombre conocido.

Toda esa gente me empuja. Toda esa gente soy yo.

Soy cubana, soy antirracista. Y sí, tenemos problemas raciales.

Sobre ese tema seguiremos conversando.