Los fantasmas existen

Mercedes González  Amade

HAVANA TIMES — Después de pasar  gran  trabajo  para llegar al teatro Karl Marx, con la ayuda de mi  hijo,  pude comprar las entradas para una obra que había sido anunciada por la televisión. Había mucha gente con igual intención que nosotros, por supuesto, como sucede con todos los espectáculos humorísticos, pero los discapacitados tenemos prioridad en las colas, así como la rebaja a la mitad del precio de la entrada.

Salí de allí ilusionada, con la idea de que dentro de unos días tendría algo de distracción. Planificamos todo para ese momento y al fin llegó.  Mi hijo estaba loco de alegría, pues casi nunca salimos a ver humor y a él le encanta reírse.

Como no podemos tomar un taxi, porque no quieren llevar  la silla de ruedas, tuvimos  que acudir al transporte público. Solo había una opción, pero nos fuimos dispuestos a todo y salimos con tres horas de antelación. Con ese tiempo a nuestro favor evitaríamos que cualquier imprevisto o sorpresa nos retrasara.

Nos sentamos a esperar aquella guagua y a rezar para que no viniera muy llena, poder subir  y acomodar mi silla sin molestar mucho. A pesar de que esa ruta no es muy confiable en sus horarios, como a los 15 minutos llegó, y medio vacía. ¡Qué bien, todo salía a pedir de boca!

A las varias paradas se detiene y las pocas personas que estaban sentadas comienzan a bajar. Extrañados, averiguamos, y ahí supimos que el ómnibus tenía el recorrido limitado, o sea, no hacía el viaje completo.

Con la certeza de tener la mitad del camino transitado, decidimos esperar la otra.

Poco a poco nuestras ilusiones se fueron opacando, esa “otra” nunca llegó. Todas las guaguas que pasaban tenían las mismas limitaciones, ninguna llegaba a su destino final.

Aquello que prometía ser una noche feliz se transformó como por arte de magia. Estuvimos casi cuatro horas esperando en vano para al final regresar a casa tristes, perder el dinero y perder un sábado esperando una guagua que es un fantasma.