El universo a nuestra imagen

María Matienzo Puerto

Ernesto Cardenal. foto: smith.edu

Ella con el rostro cortado no parecía tener nada que ver conmigo; sin embargo, las dos estábamos entrando a la iglesia. Tal vez ella pediría por el marido que la maltrata; yo por mi pareja que me abandona sin dejar huellas.

Pierdo el interés por mi oración y me detengo a contemplarla: una ropa que yo nunca me pondré; unos gestos que, sin quererlo, desprecio; se ve sucia. Se ha arrodillado demasiado cerca de mí, entonces me levanto y me voy.

Ya en la casa busqué consuelo en mis libros sin dejar de pensar en esa mujer y por azar abrí un libro que identifiqué al momento: “Toda mujer es una mujer junto al pozo. El pozo es profundo. Y en el brocal del pozo está sentado Jesús.” Ernesto Cardenal me hizo descender.

Me pregunté qué tendrían mis ojos en común con los “del policía y el empleado y el aventurero y el asesino y el revolucionario y el dictador y el santo…” y con los de esa mujer de la iglesia. ¿Estaré yo también anhelando alcanzar el cielo?

Pero no traté de entenderlo. Cardenal es como cuando uno de niño se cuestiona sobre qué habrá después de la tierra o del universo o qué hay en ese hueco negro que se ve cuando te muestran la lámina con el planetario y siempre termina pesándote haber comenzado con la primera pregunta.

Leerlo es pasar por un estado psíquico complejo, es sentir que dentro de uno todo se hace pequeño y de repente, como si hubieras mordido el pastel de Alicia, comenzarás a crecer y el resto quedará pequeño. Al principio algo parecido a la histeria, luego es asomarte a una ventana y recorrer e interactuar con el paisaje que te toca pero a la vez no.

Es estar consciente que puedes ser arrastrado hacia lo sensitivo, hacia la mística –no importa cuál sea esta- y creértela. Él apuesta por las formas y los sentimientos que hacen parecer al hombre y a la naturaleza más bueno de lo que realmente son.

Aunque su lenguaje es claro, sencillo que hace entender los procesos más complicados como cosas omitidas no se puede dejar de pensar en cuánto hay en su mensaje de oscuro, de misterioso, de hermético.

Es una ráfaga de espiritualidad lo que trasmite: un vacío lleno de cosas. Es la grandeza del hombre la que te impulsa a la duda sobre si existe realmente Dios. “Y cuando el enamorado dice que los ojos de su amada brillan más que las estrellas, no está diciendo un hipérbaton(…) porque en esos ojos asoma la luz de la inteligencia y el amor, que no la tienen Sigma de la Dorada, ni Alfa de la Lira, ni Antares.”

Y si “El árbol, las piedras, la lagartija y el conejo, el meteoro y los cometas y las estrellas, son santos por nosotros” ¿Dios es Dios por nosotros?

Pero al unísono es tanta la grandeza de Dios que muestra que es imposible no creer también en su existencia tan amplia que el poeta no circunscribe su imagen a la semejanza con el hombre: “Así que estamos hechos de estrella, o mejor dicho todo el cosmos está hecho de nuestra propia carne. (…) Y lo está también en el Cuerpo Místico de Cristo, que somos todos nosotros, y que en realidad es la creación entera.”

Este Dios lo traspasa todo, forma parte de nosotros, “es como una película que no comienza a verse en la pantalla hasta que se cierran las puertas y se apagan las luces”; es mirarse hacia adentro y como en la antigüedad categoriza el alma de entidad hondamente sensitiva y racional que adquiere un conocimiento inmediato de la realidad divina solo si sobrepasa toda experiencia de los sentidos.

Sentimiento interior que podemos obtener mediante la meditación, el éxtasis, o la intuición; es un estado localizable “entre la percepción y la realidad”; es la negación de uno mismo para hallar una autodefinición, el hallazgo divino.

Creo que su grandeza radica en creer tanto en el poder ilimitado de Dios como en el del hombre que provoca a la autosuficiencia humana: ¿somos realmente tan grandes como para que una estrella esté hecha de nuestra carne?; yo no me atrevo a dudarlo.

Entonces, no solo Eva, sino también la tierra que fue creada para Adán, el hombre, era carne de su carne y hueso de sus huesos. Cardenal es un resumen del aliento universal que recoge toda mística no importa bajo qué nombre aparezca “porque los brazos del alma humana han sido creados para abrazar el infinito y nada más..”

La cuestión está en fluir con su poesía, con la naturaleza y con nosotros mismos; “descubrir este pattern, esta unidad de dibujo que corre a través de todo lo creado, y el ver cómo las cosas más diversas también son las mismas… .” Lograr ver la verdad que nos dice que está aquí, allí, ahí y no somos capaces de verla.

Entonces sentí pena por la mujer de la iglesia que quizás busca a un Dios que nunca encontrará donde lo busca; y sentí pena doblemente por mí: primero, por no haber tolerado su presencia; y segundo, por creer que con saber donde puedo encontrarlo ya estoy salvada. Y si “fumar puede ser también oración, o pintar un cuadro, o mirar al cielo, o beber agua” espero con esta lectura haber orado por las dos.

Maria Matienzo

Maria Matienzo Puerto: Una vez soñé que era una mariposa venida de África y descubrí que estaba viva desde hacía treinta años. A partir de entonces construí mi vida mientras dormía: nací en una ciudad mágica como La Habana, me dediqué al periodismo, escribí y edité libros para niños, me reuní en torno al arte con gente maravillosa, me enamoré de una mujer. Claro, hay puntos que coinciden con la realidad de la vigilia y es que prefiero el silencio de una lectura y la algarabía de una buena película.

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