Los carteristas

Osmel Almaguer

 Packed buses are fertile ground for pickpockets.  Photo: Caridad
Las guaguas abarrotadas de gente son un terreno fértil para los carteristas. Foto: Caridad

Ayer me retiré de la oficina más tarde de lo acostumbrado.  Por eso mi amigo Jorge y yo tuvimos que regresar a casa en el transporte público, ya que la guagua de nuestra institución se había marchado.

Casi siempre cuando esto sucede logramos viajar sin contratiempos, pero en ocasiones uno se pasa horas en la parada, esperando sin que llegue ninguna guagua.  La gente se aglomera y desespera, se va poniendo nerviosa, y ni en ese momento ni después aparece una explicación de lo que originó el problema.

Ayer fue uno de esos casos.  Tuvimos que tomar el P-8, que nos deja en Cojímar, a medio camino entre el trabajo y Alamar.  Luego tuvimos que esperar a que alguna guagua nos llevara a casa, por suerte paró una de esas que no son públicas ni obreras, sino de empresas que las alquilan, pero que sus choferes usan clandestinamente para sacar dinero.

Luego de la odisea de abordar, pues la parada de Cojímar estaba parecida a la anterior, busqué desesperadamente un lugar en el que acomodarme sin que el trasiego de pasajeros me molestara mucho.

Esto no fue posible, más bien fui yo el que molestó a una mujer muy gruesa que junto a su hija -también obesa- estaba a un lado de la puerta. Mi mochila se enredó con su cartera y al pasar a su lado ella creyó que yo pretendía robarle. De esto me dí cuenta después, cuando su mirada se volvió insistente y rencorosa, como la de su hija gruesa.

Le había pedido disculpas, pero ni aunque usé las mejores maneras y la más amplia sonrisa pude desviar de su mente la idea de que yo era un carterista.  Los carteristas son quienes roban carteras, billeteras y sacan cosas de los bolsillos de la gente, generalmente en colas y guaguas, que son los lugares ideales para eso.

En verdad la idea de que me creyeran un carterista me incomodó bastante, aunque cuidé de no manifestarlo.  Comprendí lo que debía estar sintiendo aquella mujer, que de seguro vivía en un ambiente de esos en los que hay que cuidarse las 24 horas del día, porque lo mismo te roban que te estafan o te atacan.

Al bajar de la guagua sentí que me habían robado algo, no una billetera, no el escaso dinero que llevaba en el bolsillo, sino la imagen de honestidad que creí tener a través de todos estos años.

Pasado el mal momento la sensación de enojo se convirtió en pena, por la mujer gruesa y por todos los que son víctimas de esos delitos, tan usuales hoy en día.