La Habana Duele

Por Lorenzo Martín Martínez 

HAVANA TIMES – Como casi todos los domingos, salí a forrajear la comida de la semana. El agro mercado de Egido estaba vacío casi y con los precios disparados, así que no me quedó más remedio que caminar hasta el que está en Sol y Habana.

Cogí por la calle Sol y apenas a mitad de cuadra pude ver los restos del edificio que se derrumbó el pasado lunes 17. Una cuartería de tres pisos, con cerca de 80 habitaciones donde se hacinaban familias completas. En Cuba lo llamamos solar.

En ese solar corrí de niño cuando iba a comprar paletas de durofrio, a visitar a algún amigo de correrías y hasta por puro gusto. Ya más de adulto mantuve amistades en el edificio y lo visitaba de vez en vez. El deterioro aumentaba a ojos vistas día a día, sin que los moradores pudieran hacer nada efectivo para evitarlo.

De adulto también descubrí que ese solar formaba parte de esa Habana sórdida y dolorosa que el turista no ve o no quiere ver. Allí se comerciaba desde un paquetito de café hasta marihuana, pasando por sexo y otras “delicatessen”. Ese solar era uno como miles que pululan en la Habana, nacidos del deterioro de antiguas y esplendidas edificaciones.

Pocas veces me he preguntado por la suerte de los moradores cuando paso por delante de un derrumbe. Es tan común encontrarlos en cada calle que uno termina por normalizarlo y no se hace muchas preguntas. De todas formas, la respuesta la conocemos: fueron a parar a un albergue comunitario donde harán vida durante unos 20 años antes de que les sea concedida una vivienda más o menos habitable.

En este caso no pude dejar de preguntarme. La mayoría de los antiguos habitantes ya habían sido trasladados a un albergue. No por eso el edificio estaba más vacío ya que muchas familias necesitadas se introducen subrepticiamente en los locales y cuartos abandonados y hacen vida en ellos sin importar el grado de deterioro.

Este derrumbe dejó un saldo de dos mujeres y un menor heridos de gravedad, mientras que otra niña perdió la vida. Me pregunto si conocía a alguna de las mujeres heridas. Me pregunto si la niña que falleció seria hija de algún amigo o fallecido. Me pregunto si pudiera ser diferente y que nunca más escuche de un derrumbe en mi querida ciudad, Patrimonio de la Humanidad.

Con estas ideas llegué al agro mercado. Casi en piloto automático compré algunas viandas, un par de cabezas de ajo y un maso de cebollino, porque las cebollas tienen un precio que te hace llorar antes de estar pelándolas. Compré un par de libras de carnero, bastante caro por cierto pero necesario. 

Regresé a casa por la calle Muralla para no pasar nuevamente por el derrumbe. Jamás he sido de los tipos más susceptibles, no sé si es que me estaré poniendo viejo pero este derrumbe en particular me sobrecogió el corazón, tanto como ese acaecido hace un par de años cuando un balcón se derrumbó y terminó con la vida de dos niñas de 11 años en la esquina del parque de Jesús Maria en la Habana Vieja también.

Abrumado por estos pensamientos llegué a mi edifico, también bastante deteriorado, cuando Finita me sacó de mi soliloquio. Finita es una señora de unos 80 años que vive en el segundo piso de mi edificio, con una energía envidiable y una claridad mental impresionantes. Su hijo estuvo entre los fallecidos en el hundimiento del remolcador 13 de marzo, en el verano de 1994. A su esposo nunca lo conocí, ni a ningún otro hombre en su vida. Ella ha llegado a ser algo así como patrimonio del edificio, siempre preocupándose por sus vecinos, avisando qué vino en la bodega o sabiendo quién vende qué y a cuál precio.

“¿Te pasa algo mi hijito?” pregunta Finita preocupada por la cara que traigo.

“Nada, Finita, nada”, reacciono finalmente.

“¡Traes una cara de apaleado!”

“Nada vieja, que pasé por el derrumbe de Sol y me puse a pensar si conocía a alguno de los afectados. Yo tenía amistades allí, que la mayoría se han ido del país, pero aún así me impresionó. Además, murió una niña y hay tres personas graves. Nada vieja, que uno se vuelve viejo y sentimental. Pero pasa vieja, digo al llegar a mi casa, que voy a colar café, hazme compañía”.

“Ay hijo, uno no se puede dejar arrastrar por los pensamientos tristes muchacho, sino yo estuviera muerta hace rato”.

“Es que es del carajo vieja, ver como todo se derrumba alrededor”.

“Ay hijo, esto se está derrumbando desde que estos HP cogieron el poder. Mira que he visto pasar ciclones, pero como el del 59 ninguno y para colmo se quedó estacionario”, me dice con su duro verbo refiriéndose a la revolución que triunfo en 1959 y que convertida en régimen dictatorial aún pervive.

“Si Fina, me consta. He visto caer muchos edificios, destruirse parques y avenidas, y a nadie le importa”.

“Si fueran solo las construcciones lo que se cae estaríamos bien. Acá hasta la vergüenza se perdió”, dice categórica.

“Al menos cuando estaba Eusebio Leal se reparaba algo la Habana Vieja y se caía menos”, digo.

“Ese era otro descarado que dejaba que los edificios se derrumbaran con la gente adentro para luego mandarlos para un albergue y ellos construir un hotel o sepa usted qué, pero quedándose con edificios preciosos”.

“Si, pero la construcción de hoteles no ha parado”, le digo mientras le alcanzo la taza de café.

“Si, claro que no ha parado. El tal GAESA ese que es militar es el dueño de todo. Mira qué bonitos los que han construido en Prado. Pero fíjate también que a menos de media cuadra de los hoteles los edificios se están cayendo y los tanques de basura desbordados. De veras me pregunto a qué turista le gusta estar en un hotel de lujo rodeado de miseria.”.

“Si, tienes razón, vieja, es duro”.

“Hijo, yo vine a este país muy niña con mis padres, desde una aldea perdida en Galicia. La habana me resultó majestuosa con sus edificios altos, sus calles limpias, miles de automóviles. De eso solo queda el recuerdo hijo, y ese recuerdo duele, duele mi Habana que es la única ciudad que conozco y que va a guardar estos huesos cuando descansen. Solo quisiera ver primero cómo arrastran a toda esta banda de perros”.

Sorbo el último trago de café y me quedo pensando en lo que dice. Es cierto, duele, mi Habana duele.

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One thought on “La Habana Duele

  • Seguirán cayendo edificios y muriendo gente pero al gobierno no le interesa, ellos viven la vida.

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