¿Suerte mi valentía?

HAVANA TIMES – Estaba todo el mundo en su puesto, el que nos cogimos, el que dijimos este es nuestro espacio y aquí es donde yo quiero trabajar. Pero los jefes tienen otra lógica. Y las multas llueven, y el dinero sigue sin alcanzar.
Lo cierto que todo estaba en su lugar según nuestro criterio, cuando llegó la policía. Como yo lo que vendo son libros, y esto puede ser en Cuba un recordatorio de que la educación fue una conquista del socialismo, pues no son tan agresivos conmigo, supongo. Con mis compañeros hombres, que venden otros productos, pueden llegar a ser más groseros.
En esta trinchera se vende de todo (en Cuba estamos como en una advertencia de guerra constante, siempre). Viandas, dulces, medicina…plantas. Los que venden pencas de sábila, coco, vianda, también ese está más o menos tranquilo, porque rico no se va a hacer y tampoco tumbará a Fidel o al hermano del poder.
Está el que arregla fosforeras y ese es el otro infeliz, pero el que ya vende veneno para bichos (cucarachas, pulgas, garrapatas) a ese se le pregunta: ¿de dónde tú sacaste eso muchacho? Y si se pone pesado, pasan del regaño a la parte fuerte, a la que hay que pagarle al primer gánster del país que todos sabemos es, el desaprobado por la mayoría, el gobierno.

Estoy tranquila con mis cuadernos martianos, novelas y poesía cuando de pronto, una tropa casi delante de mí. Oh, el paisaje con colores, me digo. Porque vienen juntos: policías vestidos con uniforme azul fuerte, azul claro, inspectores con sus camisetas blancas y carpetas negras debajo del brazo, y una ve mucha gente. Mi compañero de la derecha tiene tanta mercancía que lo empecé a envidiar: cúrcuma, coco, miel, yerbas…y botellitas de cristal de penicilina con sus venenos para ratones, y si preguntas más, para todo.
Él no está sentado al lado mío, están sus cosas, y después su carretilla y él sentado encima. La tropa está mirando con detenimiento, hablan bajito entre ellos y yo hago que mi vista se pierda en el horizonte, miro las nubes, el cerro de siempre, así como si no estuviera trabajando, sino de campismo.
Por fin un policía vestido de claro con la tabla y papeles en blanco cogido con la tabla por una presilla de aluminio se acerca a mí y me pregunta: ¿esto es suyo? Era comprensible la pregunta porque estaba a una distancia que se podía creer, un tilín más allá mis textos. No, respondí, lo mío son esos libros de allá. ¿De quién es eso? Ay, perdón, yo no sé. Dije. Sin atreverme a mirar al hombre negro, flaco, mal vestido, mi compañero que está sentado en la carretilla. Al mismo que le indico a los compradores cuando me piden los venenos, y les digo: con el señor.
Sigo sin mirar de frente al policía. Eso me lo enseñó una uruguaya: «trata por todos los medios de no ofender el ego de los superiores. Para ellos el ego es más que sensible, y te salvan o matan a veces en dependencia solo de cómo sientan su ego con respecto a ti». No sabes, me dice la poli. Yo moví la cabeza temerosa. Increíblemente la tropa siguió su camino. Mi compañero se me acerca y me dice: no puedes mostrarle miedo a esta gente, si no es peor». No le contradigo. Yo sólo estoy para vender mis dichosos libros viejos.
Siento que mi colega está contento conmigo. Yo estoy orgullosa de mí misma. Hacía tiempo no estaba orgullosa de mí. Todo lo contrario. Estoy triste. Pero ahora con este suceso se me ha subido una autoestima que no quepo de la alegría. Y yo sé que no es valor. Eso de valor lo siento muy cuestionable.
Estamos hechos de tantas cosas! ¿Y si mis nervios me traicionan y digo rápido: es él? ¿Y si se me sale la mezquindad solo para joder, porque yo me siento muy jodida y ¿por qué no voy a ver jodido al otro también? ¿Y si frente a la presión de la autoridad mi psiquis me traiciona como me he traicionado yo misma Miles de veces? ¿Y si…?
Pero con todo, estoy contenta porque esta vez reaccioné como tenía que reaccionar. Y me sentí decorosa, oh grande, espléndida. Ese día vendí el libro más barato de mi oferta, pero no fue un mal día para nada. Un gran regalo de la vida es sentirse bien con una misma.