Sobre mi Frankenstein y la bici de una amiga

Por Lien Estrada

HAVANA TIMES – He llegado a la casa de una amiga cuando había terminado de hacer la limpieza. Me fijo sin querer en una esquina y veo un chasis y una fuente de computadora. Le pregunto qué piensa hacer con estas piezas porque yo me quiero armar una compu. Me dice que son de su hijo que se mudó fuera de Holguín, y que ya no las necesita.

Ah, ¿no?, que bueno, porque yo sí, le respondí con entusiasmo. Pues muy bien, te las vendo, me dice. Habló con su hijo por teléfono y me dio los precios. De acuerdo, le dije. Y cerramos trato.

Fue cuando me contó que su hijo también se estaba armando esa compu desde hacía tiempo, pero ella  supo que una persona estaba cambiando una laptop nueva por una cama. Lo que necesitaba era precisamente una cama, prescindía de la compu. Así fue como ella, mi amiga, se lo dijo a su hijo, buscaron la cama e hicieron el cambio. De esta manera pues ya podían venderme estas piezas sin problema.

Ahora me las llevo yo, le dije, que estoy por armarme un Frankenstein desde tiempos prehistóricos. Así se le dice a una computadora cuando se arma comprando las piezas poco a poco. Pues ya las traje para la casa y las he acomodado sobre la mesita que les tengo destinada. Estoy contenta porque ya tengo el disco duro, el monitor, y el ratón. Me falta motherboard y teclado.

Ya no se venden computadoras en las tiendas de Holguín por ninguna clase de moneda. Tenemos que comprarlas así, por ese mercado informal, por amigas o familiares a quienes se les encarga de otros países o como mi caso, inventarlas. Buscando pieza por pieza hasta armarlas completamente. Y ojalá sea lo único que hubiera que inventarse en Cuba. En este país estamos acostumbradas a inventarlo todo. Desde la comida que vamos a comer hasta eso: la computadora donde vamos a trabajar.

Recuerdo otra amiga que se está armando algo, en su caso es una bicicleta. Nos hemos reído mucho mientras me hacía el cuento que al no estar tan ducha en el tema compraba una pieza que no tenía nada que ver con lo otro. Su padre le daba una mano en el asunto, pero igual, como que no acababa de avanzar. En esto llevaba años. Cuando me lo contaba yo me reía mucho, y ella me contaba más sobre la tragedia de la bicicleta que no terminaba en armarse para que me riera más.

Esto lo tenemos por suerte. El sentido del humor que nos acompaña para todo nuestros sin sabores. Muchas piensan que ese ha sido nuestra salvación. Para otros, no precisamente. Más bien ha sido nuestra perdición para estos. Porque resta seriedad a la gravedad por la que hemos tenido que atravesar y atravesamos continuamente. Y con esta inmadurez a cuestas como que nunca vamos a resolver nada.

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