Hacer lo que dicte el corazón

HAVANA TIMES – Tuve un dolor de cabeza horrible. Siempre los padecí, pero por supuesto ahora hacen gala. Mi prima me dice que para estos tiempos que estamos viviendo hasta el que no los padecía, pues los está viviendo.
Porque producto de los apagones cada seis horas, y a veces no sabes cuándo van a poner o quitar la electricidad, porque se la llevan una hora antes, o dos después, obvio que la vida no es normal. No cocinas cuando debes, no trabajas en la computadora cuando estimas, no haces miles de actividades cuando quieres, sino cuando puedes, y eso pone un ritmo de mil diablos.
Pero soy sincera, esta vez me permití tomarme unas cervezas, y como no estoy comiendo porque ando medio deprimida (estoy saliendo de una depresión bien fuerte que parece quiere seguir ahí en el alma), pues creo que esta vez el dolor de cabeza fue eso. Aunque puedo pensar perfectamente que fue todo junto y revuelto.
La cuestión es que no resolvía con pastillas, cocimientos, masajes en mi cabeza, mentol en mi frente, un mentol fuerte que trae mi tía de Estados Unidos porque aquí esos no se ven ya, las compresas con agua fría…o sea, que me revolcaba el dolor. Entonces fue cuando tomé la decisión de ir al hospital.
Mi madre dijo: No vayas, no hay nada. Yo respondí: «Siempre al estar así yo resuelvo con un pinchazo». Es que no hay nada en el hospital, delante de mí una muchacha fue con calambres en las manos, y no había jeringuilla, y gracias que el médico tenía una la atendió, sino no, no hay medicamentos, no hay nada.
Ella tenía una pastilla fuerte para sus dolores, Tremadol. Pero quedaba una, no se la podía quitar. Gracias a Dios, no le hice caso, me vestí y me fui para el hospital. Mi tía de Santiago de Cuba que nos visitaba, me acompañó. El Cuerpo de Guardia estaba lleno de gente. Me dije, aguantándome la cabeza con las dos manos, «usted verá». Pero parece que ya estaban atendidos y solo esperaban algo, porque las sillas de consulta, o sea, las que están al lado de las mesas de las doctoras, estaban vacías.
Me siento en una. Me dice la doctora, muy joven ella, quizás ni estuviera graduada: ¿qué tiene? Un dolor de cabeza muy fuerte, le digo. ¿De qué padece? ¡Asma, sacro lumbalgia… de todo! Ella me respondió: «Es que no tenemos nada que darle».
Mi madre no es profeta, se equivoca mucho y es una mujer muy torpe, para mi entender, más de las veces, pero esta vez tenía razón, ¡ay! Tenía razón.
Preguntando, otro médico, también muy joven, quizás sin graduarse también, ¡tenía un bulbo de Diclofenaco! ¡Bendito Diclofenaco!
A mí no me ponen esa inyección cuando he ido, ni idea tengo de qué cosa es un Diclofenaco, pero para mí como si era la letal. Di mil veces las gracias. Me la pusieron. Salimos mi tía y yo con el aire fresco, y felicitándolos por la experiencia. Navegué con mucha suerte. Y esto lo sabe y lo entiende cualquier cubano y cubana que viva (embarcados) en la Isla de ahora.
Llegamos a casa. Le narramos a mi mamá y a mi otra tía lo vivido. Se alegraron con nosotras y yo dormí como si contara con la mejor salud del mundo.