Buscando alternativas

Joven Club, la computadora de la familia

Por Lien Estada

HAVANA TIMES – No cuento con computadora en estos momentos, así que decidí apoyarme en el Joven Club de computación, que son los laboratorios con máquinas que pone el Estado para uso de la población. Tengo que revisar, ordenar mi información y adelantar algún que otro trabajo.

Llegué primero al que pertenece a mi comunidad en la calle 8 entre 11 y 31 de Holguín.  Allí me dijeron que no tenían máquinas, que fuera a la central. Se lo agradecí y me fui a uno que me queda más cerca que la central, en la calle Victoria esquina Capitán Urbino. Me dicen que sí tienen máquinas, pero están todas rotas. Imposible el servicio.

Tengo que dirigirme entonces al del centro que está en la calle Maceo entre Agramonte y Garayalde. Me encuentro con una cola fuera del local, y pido último. Pero en la cola misma me fijo que se está hablando mucho de documentos, y resuelvo entrar y preguntar. Pues no, no se están prestando servicios de computación.

Me comentan que en esos momentos están funcionando como registro civil. Porque hace un mes y medio que los responsables del trabajo de programación en La Habana, donde están conectadas todas las máquinas pertenecientes a los Joven Clubs del país, se han marchado de Cuba. No es solo un problema de Holguín. Es nacional. Yo había pensado que como estaba el horario aún en la puerta no había problemas en acceder a los servicios. Pero me equivocaba. Una vez más me equivocaba, y tenía que aprender a preguntar primero antes que suponer. Di las gracias y me fui.

Francamente no son sólo los Joven Club de computación los que lidian con ese problema. Son muchos los servicios que no se están prestando porque no tienen trabajadores. El éxodo es masivo, y afecta enormemente, aunque se trata de invisibilizar por los medios gubernamentales. Es muy fácil que el cobrador del agua llegue a cobrarte cientos de pesos en un día, porque se ha dejado de cobrar por meses, precisamente por el mismo motivo: no había trabajadores que hicieran esta labor.

Si llegas a un poligráfico a encargar tus tarjetas con las que antes contabas sin muchos líos, en estos momentos te encuentras que la persona que te atendía ya está en los Estados Unidos y ese servicio ya no se presta en la instalación por más de una razón.

Esto es lo que llamamos crisis. Si coincides con un amigo o amiga por las calles, en un parque o cualquier esquina y hace tiempo no lo veías, el comentario es casi seguro el mismo: «pensé que ya te habías ido del país». Como si permanecer aquí fuera inconcebible. Y de hecho lo es para millones. Aunque el presidente declare frente a las cámaras de televisión que todas y todos estamos muy optimistas y esperanzados, realmente la idea imperante es otra: «quien pueda irse que se vaya», y es lo que se está haciendo.

En un país así se experimenta una incertidumbre desbordante, y por supuesto como siempre pasa en estos casos, qué hacer con el presente no es tarea tan fácil. Retorné a casa. Algún amigo o amiga seguro me prestará por un rato su laptop y yo podré hacer lo que necesito. Estoy segura.

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