Naftalina, alcohol y un beso

Leonid Lopez

foto1HAVANA TIMES — Algo parecido a un viejo boulevard, pero este bajo techo. Tiendas a los lados. Un camino largo y varios ramales pequeños y más estrechos.

En el ambiente dos olores conocidos. Un olor a noche que conocieron mis huesos durmiendo en cualquier sitio de La Habana. Otro olor, el de la naftalina propia de los negocios de 60 años o más. Caminaba rumbo al apartamento donde viviría con mi novia en la ciudad de Ibaraki, Osaka.

Madrugada. Silencio. Nadie vigila nuestros pasos. Nadie aguarda escondido en una esquina. Instintivamente tocaba el pasaporte, miraba a los lados, a los sitios en sombra. Así hasta que unas palabras mágicas me hicieron tirar a un lado este miedo al asalto importado de Cuba en el estómago. La casa está cerca, dijo ella. Entonces ansiedad. Ilusión.

Frente a la nueva casa, mi novia abría la puerta.  Mientras, aterrizaba dentro de mí una vez más: 35 años, muchas lecturas, mucho cine y teatro, algunos oficios y pocas palabras que formaran un saber en el que me sintiera seguro. Esa era mi vida hasta ahí: una escalera larga que me subía a ninguna parte. Así me tocaba deslizarme hasta tierra.

El apartamento: una sola habitación larga con cocina, sala, dormitorio, un baño y un pequeño balcón. Mi primera casa donde vivir con una novia. Mi paraíso entre paredes. Tiré las dos pequeñas mochilas que formaban todo mi equipaje. Todo mi pasado en dos mochilas que, sin quejas, golpearon el suelo de tatami.

foto2Encima de la cama, ropa para mí. Algunas (talla L) tardaron algún tiempo en ajustarse a mi cuerpo, otras (talla s) dejaron de ajustarse en unos meses. ¿Qué traía de Cuba en las mochilas? ¿Qué habré elegido para no olvidar de donde venía? No sé. Solo recuerdo la presencia de esos dos bultos en el suelo, donde el ropero parecía interrogarlos asustado.

Los primeros reconocimientos de la ciudad fueron dirigidos a ver los precios. Hacía una conversión aproximada. 100 yen un dólar. No podía creer que caro era todo. Anotaba: 7 u 8 mandarinas 4 dólares, 1 tomate 1 dólar, 5 o 6 plátanos 3 dólares, 2 Kg de arroz 10 dólares, 12 huevos 2 dólares. Un pantalón barato 20 dólares, una camisa 30 dólares, un par de zapatos 40 dólares…y así llené hojas.

Vi la salvación al descubrir que había algunas tiendas de 100 yen donde se podían encontrar cosas de uso diario tan variadas como pasta de diente, detergentes, peines, maquillaje o libretas, presilladoras, goma de pegar y un montón de cosas. También tiendas y ferias de segunda mano y pequeños negocios más baratos. Esos lugares son los más asiduos por mí en Japón.

Pasó volando un mes al lado de mi novia, otro mes de prorroga y había que pensar si regresar a Cuba. Decidimos casarnos pues era la mejor solución para darnos más tiempo juntos y en esos momentos lo deseábamos mucho. Firmamos en el Ayuntamiento, solicitamos la extensión del permiso de residencia por matrimonio con japonesa y nos fuimos de luna de miel a Okinawa. En el tiempo de trámites podía estar legal.

Okinawa es una isla que pertenece a Japón y tiene un clima casi tropical todo el año.  Creo que cualquiera vería este lugar, sin pensarlo mucho, como un lugar ideal pero a mí me pareció triste.

Estuvimos solo tres días en un hotel de bastante lujo. Muy lujoso para mí. Pero aquello no es la realidad, desde luego, no la mía, sino su parte maquillada y a mí no se me dan bien los maquillajes. Por eso tratamos de recorrer un buen tramo de la isla parando en pensiones baratas.

foto4Pasamos por unas cuantas ciudades. Excepto en las que tenían bases navales norteamericanas, y en estas solo un poco, en las demás apenas se veía gente en las calles y los escasos negocios estaban vacíos. Parecían ciudades abandonadas.

Por un tiempo, quizás sobre la década de los 60 del pasado siglo, muchos japoneses vendieron sus casas en ciudades grandes como Tokio y Osaka para irse a vivir a Okinawa. Era la tierra prometida en ese entonces para muchos japoneses, una perfección mas al alcance que Hawái o Suiza. ¿Donde está toda esa gente ahora?, ¿donde están sus sueños?

En una pensión conocí a un japonés que le decían Perú. Hacia tantísimos años había vivido en ese país. Hablaba un español del que entendía muy poco pero agradecí poder hablar con alguien de allí

Con este señor y el dueño del lugar bebí aguamori, un aguardiente local que me aligeró el entendimiento y las tripas luego. Por un momento casi se me olvida que estaba fuera de Cuba entre gritos, golpes en la mesa acompañados de risotadas y mucho alcohol.

Para alguien de paso aquello no estaría nada mal. Sin embargo yo no lograba, ni logro, verme aún como un turista. Siempre me he pegado demasiado a las cosas, como si fueran a ser parte de mí para siempre. De ahí que cualquiera me vea integrado, al ambiente que sea, muy rápido, pero también que asuma cada realidad con todo su peso.

Al otro día, luego del vómito y con un dolor de cabeza agarrado como un jinete a un caballo salvaje, volví a mi cuerpo. El verde del campo era cercano y el brillo en los ojos de las personas lejano. Una cosa si me hizo sentir comunicado con aquella gente: sea lo que sea, venga lo que venga, vivir es seguir, parecían decir. De eso creo que entendía bastante.

Lo más nítido que recuerdo de aquel viaje es el día que subimos una montaña pequeña. En la cima, desierta, había un parque infantil muy bien cuidado, un terreno bien podado para correr, un baño público limpio y con agua y una máquina expendedora de bebidas. Increíble. Ya esto no me es raro en Japón.

Foto-3Regreso. Cerca de casa hay un santuario shintoísta. Al lado de este, los monjes tienen un edificio preparado para bodas. Allí nos casamos.

Kimono y ceremonia en japonés antiguo. Del lado de la novia su familia. Del lado del novio estaban los amigos de mi novia. En el banquete una recién estrenada amiga guatemalteca leyó en español las palabras que envió mi padre en un correo.

Pensé mientras la oía en mi madre muerta, en mi hermano tan concentrado en cada paso para no pensar en más adelante, en las bodas de mis amigos a las que yo tampoco pude asistir. Y otra vez en mi madre que siempre me dijo no me enfadara tanto, que mis horizontes estaban más allá de Cuba.

Lloré, lloré todas las lágrimas que no sé donde estaban estancadas, toda la rabia que tanto hijo de puta me sembró, toda la soledad de tener que estar lejos y de no haber podido estarlo por tanto tiempo, toda la belleza que alcancé tan a jirones y toda la que se escapará a mis ganas y claro, porque podía estar cerca de ella, la mujer que sigo queriendo y que aquel día secó mis lágrimas con un beso.

 

Leonid Lopez

Leonid Lopez:Me llamo Leonid. Mis padres me nombraron así porque nací en Cuba el mismo día que visitó La Habana el expresidente de la antigua Unión de Republicas Socialistas Sovieticas Leonid Brezhnev. Ahora es un nombre fuera de moda. Viví en Cuba 34 años, Llevo 5 meses en Japón. He cambiado algunas ideas pero sigo creyendo en dos: Creo en lo imprescindible de la posibilidad de elección, pero tambien que la felicidad es responsabilidad de cada quién y nadie puede otorgarla o negarla. Cuba me pareció un buen lugar para crecer, luego comenzó a ser como una madre que devora a sus hijos. Hay quien cree en la Patria, yo creo en la bondad. Donde esté esta puedo tener mi nido. Ahora es aquí con mi esposa, mañana no sé.

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9 thoughts on “Naftalina, alcohol y un beso

  • Bien…bien…estás pulsando el violín en la cuerda adecuada. Mantén la melodía, amigo.

  • Superior!
    Gracias Leonid por esta ventana a tu vida!
    Continua pulsando la cuerda que te escuchamos.

  • Utilize google earth para visitar Ibaraki, que calles mas limpias, todo tan ordenado. Me imagino lo que la novia tuya, pensaria de lo sucia y maloliente que es La Habana de nuestros dias.

  • Necesaria si que es limpio Ibaraki. Todo Japón es muy limpio, a veces tanto que dan ganas de encontrarse aunque sea unos mocos pegados en un poste. Aunque claro, que prefiero, sin dudas, esta pulcritud a la suciedad de cualquier lado. En las ciudades mas grandes si que uno encuentra alguito de sucio, lo mínimo. Tambien hay rincones de las ciudadades, donde habita la gente del submundo, gente que tiene oficios como el de recogedor de metales en la basura, gente que duerme en la calle,. Estas zonas de subciudad claro se ven mas sucias. Estos lugares son desconocidos hasta para los japoneses pues la gente sin casa busca como ganarse la vida, no mendiga y se aisla. Tampoco hay mucha gente en estado deplorable. Por otro lado Japón es limpio desde hace unas pocas decadas. Antes era bastante sucio. Desde hace solo 100 años empezó a tener contactos con el mundo y fue dejando de ser una sociedad feudal, así que de organización está aprendiendo desde hace poco. No se bien que fue lo que les decidió tan esmeradamente por la limpieza. Igual los japneses cuando se deciden por una cosa la hacen muy bien. Gracias por tus comentarios.

  • Gracias Isidro por creer que puedo tocar el violín. Me esfuerzo por seguir alguna melodía aunque solo se asoman, claramente, pulsaciones de algún torpe ritmo.

  • Julito gracias una vez mas por leerme compadre, por creer que tiene valor lo que escribo y hasta tomarte el tiempo para escribirlo. Aunque no creo que a mucha gente le importe mucho mi historia y no crea, por mi lado, que sea nada iluminadora para nadie, estoy contento de que la disfrutes.

  • Leonid, no se si alguna vez viste Shogun un serian de televisión basado en un libro de James Clavell.
    Ando mirando de nuevo el serial en vídeo después de leer tus escritos.

    Me pregunto cuanto de la ficción en Shogun es todavía valida en el japón de hoy.
    La idea general que nos da Clavell de la sociedad japonesa en 1500 era bien estratificada.
    Dividida en varios grupos o castas, los samurai, los campesinos etc.
    Si no has visto la serie te la recomiendo.

  • Muy bueno, da gusto leer sobre su experiencia.

    ¿Y qué pasó con Okinawa? ¿La abandonaron o qué?

  • Precioso. Muy melancolico. Asi mismo me he sentido yo.

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