La niñez de mi padre (parte II)

Por Osmel Almaguer

Había otras ocasiones en las que la regaladora no resultaba tan provechosa para mi padre. Esas eran las veces en las que caía en familias malvadas, tristes, hurañas y abusadoras.

En general, los niños eran víctimas del abuso cotidiano por parte de los adultos en los campos cubanos, por lo que el caso de mi padre no es el único, y ni siquiera el más relevante, pero es lo que le sucedió a él, a quien quiero tanto por ser tan bueno y haberme dado tantas cosas de las que no se pueden ver con los ojos. Por eso me duele, cuando hace la historia de lo que vivió en la casa de un señor de apellido Salinas.

Allí recibía golpes casi todos los días, además de ser discriminado, maltratado verbalmente y obligado a trabajar como si fuera un hombre. Él solo tenía siete años, era un niño ingenuo que solo quería jugar, como todo niños de su edad.

Salinas era un anciano de más de sesenta años, que en aquellas condiciones de vida era mucho decir. Amargado, abusador e injusto, porque a la hora de la cena solo le daba a mi padre medio huevo hervido y medio plátano, hervido también. Parece que aquel viejo pensaba que mi padre era su esclavo, pues no encuentro diferencia alguna entre lo que cuento y lo que he estudiado acerca de la vida en esclavitud.

Uno de aquellos días mi padre desobedeció  a Salinas, y este lo persiguió pero mi padre logró escapársele. Después de varias horas, cuando ya había anochecido, volvió a la casa del viejo, quien fingió tener una espina encajada en un dedo, y cuando mi padre se acercó a socorrerlo, salinas le asestó un soberano golpe en la frente con un bastón enorme de caoba que usaba para sostenerse.

Mi padre cayó al suelo de la cocina como un saco de papas, inconsciente, sin que nadie lo socorriera. Amaneció  con un chichón en la cabeza y un fuerte dolor de cabeza.

Actualmente, cuando mi padre repite esta historia, siempre dice “aquel golpe todavía me esta doliendo, y más que el bastonazo, fue el engaño lo que más me dolió”.