La estrategia del diálogo, la única vía de ganar
Por Osmel Ramírez Álvarez
HAVANA TIMES – El dilema de que una hoja de ruta para sacar a Cuba del hueco profundo donde ha caído primero sea aceptada y luego funcione, es un reto enorme. Tanto así que la sabiduría popular ha sentenciado con una de las expresiones más repetidas día a día en nuestras calles: que ‘esto no lo tumba nadie ni lo arregla nadie’.
Es evidente que hay un equilibrio, que por desgracia se ha dado no en el consenso ni en la congruencia de los valores y aspiraciones positivas de nuestra sociedad, sino en lo que nos desune y nos daña: un equilibrio nefasto.
Se llega a él con lo peor de las partes en conflicto: la intransigencia, el desconocimiento y la descalificación del contrario. La guerra ‘a muerte’ es el único camino que visualizan, en medio de la vorágine, para que las aspiraciones encontradas fructifiquen; la necesidad de anular o desaparecer las ideas del otro nos ha conducido a este callejón, aparentemente sin salida.
El sentido común nos grita que bajo tales circunstancias el único camino es el diálogo y el consenso. Llegar a un acuerdo que sea bueno para todos y donde todos debamos ceder en ‘cosas’ para que sea posible. Con intransigencia generalizada es imposible. Con intolerancia tampoco. Pero no está imperando ese sentido común, ni en el oficialismo ni en una parte importante de la oposición, todavía dominante en el discurso público al respecto.
La estrategia del diálogo no es solo ‘querer dialogar’ o querer que dialoguen dos partes que dicen no querer hacerlo. Desde ese punto de vista, asumiéndola así de esa manera errada, por supuesto que luce estúpida, fuera de lugar o disparatada.
Sin embargo, se trata de cosas muy lógicas y con mucho sentido y se podría sintetizar en algunos ítems:
- Aceptar que el diálogo y la concertación como la opción número uno, la vía principal para lograr los objetivos y dejarlo claro a cada instante, asumiéndolo como el centro de la batalla comunicacional.
- Entender que, independientemente de que no ha sido capaz de solventar mínimamente las necesidades del país, el Partido Comunista tiene el poder y no desean salir de esa posición privilegiada, porque dialogar significa para ellos ‘a priori’ perder cosas, y es natural que se resistan.
- Asumir que, por ello, es la oposición es la que debe impulsar el diálogo y no el oficialismo, siendo necesario fomentar el escenario propicio, situarlo en el debate público y convencer al pueblo, y a la comunidad internacional, para que presionen al gobierno a aceptarlo.
La estrategia del diálogo se basa en ganar-ganar, en el consenso, en la premisa de que no haya vencedores ni vencidos, ni venganza, ni represalias, ni nada que afecte la reconciliación nacional y la transición hacia una Cuba Mejor. Tal vez deba acordarse no ponerle nombre a ese cambio o a ese nuevo modelo o de ponerle un nombre diferente, no el que desea imponer ninguna de las partes. La dinámica de los acontecimientos moldeará los detalles.
Un nuevo modelo de democracia transitoria sería lo más probable que emerja de ese potencial diálogo entre el gobierno del PCC y el sector de la oposición que muestre disposición. No va a ser el modelo actual, que es perfecto para el estado de cosas actual, pero tampoco va a ser ningún modelo de democracia política convencional donde ellos queden desprovistos de garantías en medio de los acontecimientos. No sería ‘razonable’ ni ‘objetivo’ aspirar a eso.
Habría que llegar a un consenso con una fórmula que garantice el funcionamiento democrático durante una etapa de transformaciones imprescindibles, bajo condiciones de gobernabilidad y paz social, donde se ofrezcan garantías de integridad y funcionabilidad tanto a los actores políticos procedentes del actual oficialismo como los nuevos actores que participarán. Ese modelo sería una simbiosis, una fórmula especial para el tránsito a la Cuba Mejor que iría tomando forma.
En ‘ese modelo’ transicional debe crearse el mecanismo y los plazos para que sea el pueblo con su voto libre y espontáneo, en un plazo pactado, quien elija finalmente si se queda o qué parte se queda o si nada se queda. Debe ser el pueblo quien decida si los eventuales cambios constitucionales son suficientes, si hay que hacer otros o si hay que hacer un proceso constituyente. Sería entonces, y no sobre una mesa de diálogo, el mejor escenario para tales propósitos.
Realmente el gobierno del Partido Comunista podría hacer los cambios sin necesidad de dialogo ni concertación, y así evitaría problemas e incongruencias, pero se verían afectados por dos factores: la inercia continuista les impediría hacer las reformas al nivel que necesita el país para que puedan funcionar; y por otro lado, necesitan credibilidad y a estas alturas sin pactar con la oposición no lograrían convencer a nadie ni dentro ni fuera de un cambio sincero.
Con la estrategia del cambio no tiene garantía de lograr todos sus objetivos, ni siquiera muchas probabilidades de que el gobierno del Partido Comunista, acostumbrado a dominar y existir políticamente en solitario, se atreva a dar este paso altruista y patriótico. Pero no es imposible. Y mientras haya un ápice de probabilidad, de posibilidad, es un imperativo intentarlo.
Abogar por esta salida. Fomentarla, independientemente del éxito o no, solo genera ganancias. Máxime si cualquier otra salida, por más que nos agrade más, tiene menos probabilidades todavía a corto y mediano plazo, tanto de suceder como de tener éxito.
Osmel estoy totalmente de acuerdo con tigo.