La ansiada libertad (III)

Irina Echarry

¿Será que los huevos de las tortugas marinas son mágicos y cuando los tocamos nos cambian la forma de ver la vida?  Quizá.  Quería volver a estar lejos de la ciudad, esperando que los caprichosos quelonios se acercaran a la playa donde me tocara estar.

Esta vez éramos tres personas en la playa Perjuicio (nadie sabe el porqué de su nombre).  Dos mujeres y un solo hombre.  Esta es una playa con condiciones especiales.  Hay que caminar un kilómetro y medio sobre un terreno formado por diente de perro y luego bajar una rústica escalera.  Pero cuando llegamos a la playa comprobamos que era una de las más lindas de toda la península.

Los caracoles que allí se encuentran tienen  los colores más bellos, el mar es más fiero y había más diversidad de especies de peces que se veían desde la arena.  Una playa para tres personas.  Me sentía extraña, nunca he ansiado ser dueña de ningún sitio, sin embargo allí me sentía poderosa.

Maikel se portó muy bien, en verdad fue un héroe.  Tenía que buscar el agua potable cerca de la carretera, o sea, debía subir la escalera y caminar el kilómetro y medio por los dientes de perro y regresar cargado.  Cocinaba, buscaba la leña y hacía cuentos.

Los días y las noches se sucedían sin cambiar nada, salvo la luz.  Los jejenes eran los verdaderos dueños de ese pedazo de arena que estábamos ocupando.  Y parecían dispuestos a sacarnos toda la sangre que pudieran.  Cocinábamos caminando de un lado a otro, comíamos caminando de un lado a otro. De día, de noche, de madrugada.

La espera de las tortugas se hacía insoportable y ellas no daban la cara.  El mal carácter nos tomaba de la mano cuando apareció un ciclón.  Pinar del Río es una provincia con un imán especial para los ciclones y otros fenómenos meteorológicos.

Recogimos las cosas confiados en la evacuación.  La playa era peligrosa, estábamos entre el mar y un farallón (una especie de pared de roca, natural).  El aire soplaba, mirábamos el mar y veíamos cómo se acercaba la lluvia.  La única tienda de campaña se trasladó junto al farallón para asegurarla un poco.  Nos metimos dentro con todas las mochilas, entre los tres podríamos aguantarla.

El viento traía el mar cada vez más cerca.  En un momento miré hacia afuera y vi que el lugar donde estuvo la tienda de campaña ya estaba ocupado por el agua.  Enseguida recordé que no sé nadar, como si eso fuera importante en esas circunstancias.

El viento del sur, que tanto habíamos llamado para alejar a los jejenes, soplaba con tanta fuerza que apenas nos percatamos de la ausencia de los bichos.  Pasamos la noche aguantándonos.  Ni siquiera hablábamos.

Al día siguiente ya estábamos odiando al mundo porque nos habían abandonado a nuestra suerte.  Solo faltaron unos siete metros o algo así para que el mar nos atrapara.  Estábamos pensando en salir a cocinar algo, el hambre nos consumía y ya el tiempo empezaba a mejorar, cuando escuchamos unas voces.  Alegría total.

Un hombre con cara de persona importante le informó a Maikel que el viento del sur era peligroso, había llegado una información de recalo de droga y necesitaban una muestra de su orine.  Maikel no dijo nada hasta que se fueron, orinó tranquilamente y ellos desaparecieron.

El insulto nos dio fuerzas para volver a armar el campamento y cocinar como si nada hubiese ocurrido.  Luego supimos que no hubo camión para sacar a nadie de las playas, que muchas personas tuvieron que orinar en un frasquito y otras tuvimos que hacerlo en la estación de policía de Sandino (otro pueblo de Pinar del Río), además de aguantar que un simpático perrito oliera nuestro equipaje.

¿Era más importante el asunto de la droga que nuestras vidas?  La doctora que se encargaba del proyecto de las tortugas se cansó de pedir que nos evacuaran y nadie la escuchó.  Es un asunto complicado, Guanahacabibes es una zona de reserva natural, pero allí hay quien va a cazar y con gente en las playas se les dificulta la cosa.  Lo que querían era asustarnos para que no volviéramos.