Queremos más violencia (I)

Kabir Vega Castellanos

HAVANA TIMES — Cada vez tengo más la impresión de que, como dice Hamlet “el mundo está fuera de quicio”.

Hace poco, cuando regresaba de mis clases de inglés en el P-11, dos hombres en el centro de la guagua comenzaron a discutir y se dieron unos cuantos golpes. Los separaron pero uno provocaba constantemente al otro, así que (y justo al lado mío, que viajaba sentado), volvieron a pelearse. Fue una situación muy incómoda porque cuando las personas están dominadas por la ira no los detiene ni la posibilidad de lastimar a cualquiera a su alrededor.

Una pelea puede ser común en cualquier parte del mundo, pero otro día al volver de mis clases una anciana que llevaba un saco de latas reciclables, trató de montar por atrás y el chofer se lo impidió cerrándole la puerta. La señora empezó a golpear la puerta con furia, luego agarró un palo y rompió una ventanilla al lado de la cual viajaba una niña… Por suerte no salió herida.

Los pasajeros no parecían demasiado asombrados del suceso, pero yo no dejaba de preguntarme adónde iremos a parar si la gente sigue reaccionando así.

Hace apenas unos días, un niño que trataba de llamar la atención de otro, un poco alejado y de espaldas a él, pasó junto a un desbordado latón de basura y agarrando una botella, la estrelló contra la calle. El muchacho se volvió enseguida por el estrépito pero yo no podía creer que para llamar a alguien se hiciese semejante destrozo.

Cuando uno lee sobre el apocalipsis zombi en los Estados Unidos, o de niños que dispararon a sus compañeros de aula y profesores, uno se pregunta cuál es el concepto de “civilización”. Ni siquiera en la Edad Media, por más salvaje que fuera la sociedad comparada con esta, se concebía que un niño agarrara una espada e intentara matar a todos los de su aldea.

¿Cuál es el origen de toda esta violencia?

Mientras más realista y brutal es la muerte en un juego virtual, más se vende. Hace años que los combates dejaron de ser respetuosos como enseña la herencia de las artes marciales o las reglas de la caballería. Hace años que las contiendas dejaron de ser “bueno contra malo”.

En juegos como el GTA Vice City tienes que actuar como un delincuente y el robo, la agresión y la fuga son la garantía del triunfo. Y hay cosas peores: en  The Punisher, un juego shotter en tercera persona, que ni siquiera es reciente, para curar tus heridas tienes que torturar a tus víctimas lo más eficientemente posible.

Lo mismo pasa con las películas de terror, ya no saben qué van a inventar para asustar a la gente después de tantos monstruos y asesinos en serie y procedimientos de crimen que exponen con todo detalle, parece que para activar la imaginación de los sádicos.

Ni las comedias escapan a esta epidemia, cada vez abundan más las escenas de sexo burdo, los chistes escatológicos y el humor negro. Los videos snuff se pasan como pan caliente.

Algunos piensan que sólo satisfaciendo todos tus deseos lograrás ser feliz, pero ¿qué pasa cuando nuestros deseos son el sufrimiento de otra persona, en menor o gran medida, o incluso la causa de su muerte? ¿Y por qué, si la felicidad se alcanza satisfaciendo los deseos y cada vez hay más libertad en el mundo para esto, la gente no acaba de ser feliz?

Es evidente que la felicidad no está en la libertad de violar mujeres, hombres, niños o animales, en matar, en torturar, aunque esas personas sientan que así desahogan su rabia y su frustración.

Pienso que la felicidad se le escapó al ser humano desde el mismo momento en que dejó de entender qué significa la libertad.

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