Hacia dónde vamos

Kabir Vega Castellanos

Rostro de la estatua de David de Michelangelo. Foto: Max Rossi/ Reuters

HAVANA TIMES – Encontrar un producto artístico que te conmueva, resulta cada vez más difícil.

No importa si es una película, una serie, incluso una canción o hasta un libro, casi todo lo que consumimos no se diferencia de una comida. Lo disfrutamos, pero luego del último bocado nos sumergimos en nuestras rutinas y olvidamos el sabor que tenía.

Antes solía revisar junto a mis padres el famoso paquete de la semana. Periódicamente mirábamos cada una de sus secciones en busca de algo, al menos, “interesante”. Pero tantas fueron las decepciones que dejamos de copiarlo: más de mil gigabytes literalmente de basura.

Según la Wikipedia:

Se conoce como entretenimiento al conjunto de actividades que permite a los seres humanos emplear su tiempo libre para divertirse, evadiendo temporalmente sus preocupaciones.

Mientras que:

El arte es entendido generalmente como cualquier actividad o producto realizado por el ser humano con una finalidad estética y también comunicativa, mediante la cual se expresan ideas, emociones o una visión del mundo a través de diversos recursos (plásticos, linguisticos, sonoros, corporales, mixtos…)  El arte es un componente de la cultura, reflejando en su concepción los sustratos económicos y sociales, y la transmisión de ideas y valores, inherentes a cualquier cultura humana a lo largo del espacio y el tiempo.

Según Platón, es posible predecir el estallido de una revolución por el cambio del gusto popular en la gente. “Si se propaga una música banal o excitable se infiere que nos amenaza turbulencia, extremismo y trastorno general” (La nueva humanidad de la intuición, C. Jinarajadasa).

Aparte de la poesía o la buena literatura, (quizás las artes que más incitan a la reflexión), pienso que cualquier tipo de creación debería aportarle al espectador algo trascendente. ¿Cuál es el valor de un producto cuya finalidad consiste en olvidar solo el paso del tiempo?

En mi círculo de amigos que gustan de los animados japoneses, nos planteamos a cada rato la calidad de los nuevos mangas (término erróneo en Cuba que se usa para llamar al anime, pero que en la realidad se refiere a las historietas). Incluso algunos de los menos intelectuales se quejan de no encontrar nada diferente. Las mismas fórmulas repetidas, con personajes clichés e historias triviales, sin complejidad en argumento y menos en conceptos.

Sin embargo, por triste que resulte el análisis, la basura se vende porque no una persona, sino millones la compran. A los negociantes no les interesa que la condición del mundo empeore mientras puedan llenar sus bolsillos.

A veces me pregunto si Einstein tenía razón cuando dijo: “Hay dos cosas infinitas, la estupidez humana y el universo. No estoy seguro de lo segundo”.

Entonces continuemos admirando el arte de la antigüedad, o la herencia legada por los filósofos griegos, como las últimas mentes brillantes de nuestra especie.

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