El tiempo no se valora en Cuba

Kabir Vega Castellanos

Illustración por Yasser Castellanos

HAVANA TIMES — Debido al mal funcionamiento de nuestra sociedad, la generalidad de los cubanos no parece valorar el tiempo; derrochan el suyo y obligan a otros a desperdiciarlo.

No importa cuánto afecte directamente a cada cual, es casi imposible escapar de este sistema involutivo.

Si vas al consultorio, al policlínico o al hospital puede llevarte unas cuatro horas de espera.

En asuntos burocráticos es peor. Solicitar una inscripción de nacimiento a veces equivale a esperar por ella un mes entero y, en muchos casos, te la entregan con errores. Algunos por causa de las mismas funcionarias, que arrastran una mala formación y escriben con faltas de ortografía.

Un detalle diabólico es que inscripciones de nacimiento y otros documentos como certificaciones de salida del país (DNI), pierden su validez en poco tiempo, no importa que se trate de datos que no varían. Todo parece diseñado para que las cosas no fluyan.

Hace poco mi prima tuvo que solicitar los pasaportes de sus hijos, gemelos de tres años, en la Dirección del Carnet de Identidad del Cotorro. Después de dos horas de cola con dos niños traviesos, cuando por fin la atendieron fue para decirle a ella y a su esposo que además de su presencia y el mutuo acuerdo de tramitar los pasaportes de sus hijos, debían presentar un “poder notarial”.

Por supuesto que mi prima estalló, diciendo que era un requisito absurdo y ni siquiera estaba especificado en el mural de información. El escándalo al menos sirvió para que se apuraran a poner el dato en el mural.

Uno de los puntos más caóticos es el transporte. Multitudes emplean dos o tres horas para vencer una distancia que en auto recorrerían en veinte minutos. La otra opción es gastar cientos de pesos en taxis o renunciar a la puntualidad con todas sus consecuencias.

Pero lo más triste es ver que el tiempo se ignora hasta en situaciones de vida o muerte. Cuando mi abuelo estaba ingresado en el hospital Calixto García, y necesitando con urgencia una inyección de insulina, se le avisó a la enfermera y esta dijo que enseguida iría. Sin embargo, empezó a atender a los pacientes del otro extremo del salón, donde no había ninguna emergencia. Mi abuelo fue uno de los últimos en ser atendido.

No es de extrañar que muchos familiares reaccionen a situaciones como esas con violencia y se han visto casos de agresiones a médicos y a enfermeras. Esto empeora la situación en todos los sentidos y da una imagen pésima del sistema de Salud.

Pero, así como todavía en Cuba hay una doble moneda, existen también dos niveles de tiempo. La prisa o la desesperación se cobran y los que pueden pagar descubren qué diferente es el trato cuando por medio hay regalos en metálico o en especie.

El soborno es parte de la cotidianidad. En los mismos hospitales se ven trabajadores que venden su merienda (un pan con jamón y un refresco de lata), a los pacientes, quienes no las compran para aliviarse la espera, sino para dársela al médico que los atenderá.

Los que tramitan una salida del país, temporal o definitiva, saben que se necesita un dinero extra para despejar cualquier obstáculo. El miedo de perder el viaje los hace muy vulnerables y muchos terminan reafirmando su decisión de no volver a la Isla.

Pareciera que poco a poco la gente empieza a asimilar que “time is money”, aunque como tantas cosas en Cuba sea una minoría quien pueda pagarlo.

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