Pan de piquito

Jorge Milanes Despaigne

“Se te acabó el pan de piquito.” gritó la abuela a su nieto de dos años mientras le daba un par de chancletazos, producto de que se había saltado del corral y había ido a comerse una zanahoria del viandero.  No era la primera vez que lo hacía, en cierta ocasión se había pinchado la cara con la piña.

Pensé en la frase dicha por la abuela.  Si bien es cierto que la expresión popular es empleada para truncar lo adquirido fácilmente —y este no es el caso del nieto—, la abuela vino ayer muy alterada de la panadería, adonde fue a comprar el pan normado por la canasta básica, que ya cumple cincuenta años.

Trajo consigo cuatro panes.  Uno para cada miembro del núcleo familiar según las personas que viven en casa.  El precio por cada pan es de cinco centavos.   No tiene tiempo de pasar por el banco a cambiar veinte pesos en menudo, y resuelta a cambiar solo un peso en la panadería, con cuyo cambio adquiriría el periódico Granma y siendo lunes también el Trabajadores, “la dependienta” del lugar le dijo que no tenía medios para devolverle.

Ella vino la mañana anterior muy perturbada de la panadería, porque según sus propios cálculos, el pan ahora cuesta veinticinco centavos y nadie de la cola protesta por ello, en tanto es cocinado con un mínimo de harina y el mayor por ciento de aire.   No sabe cómo los panaderos hacen un pan tan malo por un precio mayor, pero está decidida a reclamar  con el administrador y el mismo Presidente de la República si se le pone delante.

Pero la abuela no ha dicho aún, tal vez para evitar disgustos en el hogar, que la dependienta le vociferó cuando se marchaba: “Se te acabó el pan de piquito.”