Los recolectores clandestinos
Jorge Milanés Despaigne
HAVANA TIMES, 4 marzo — Venían del fondo del comedor y de pronto echaron a correr desaforadamente calle abajo con una lata. Detrás, un policía les silbaba tratando de detenerlos.
Mientras, me detuve al otro lado de la calle a observar. “Hasta ahí llego su puerco,” —me dijo un señor— “les van a pegar tremenda multa, y pobre del que se la vendió. Porque ahí no hay quien se coma lo que cocinan….”
Por los años 80 y principios de los 90, la mayoría de los comedores y restaurantes recogían los desechos de comida. Me acuerdo que era en una cámara de conservación donde frecuentemente un camión los recogía para alimentar el porcino del estado.
Luego, con el Periodo especial se dejó de recoger por la falta de combustible y de transporte que garantizaba la recogida. En el mejor de los casos, porque otros lugares cerraron por no tener nada que vender.
Ante la imposibilidad de recogida de desechos y una oportuna aparición de posibilidades para vender el salcocho a esas personas que crían animales, se creó un mercado subterráneo.
Al principio el precio de la lata de estas sobras era de veinte pesos en moneda nacional, pero ahora es de cincuenta.
Evidentemente, por un lado es una fuente de ingreso económico para quienes se dedican a tales menesteres, y por otro, con el afán de garantizar tamaña entrada económica, no se elaboran los alimentos con calidad.
No conozco comidas buenas en los hospitales; ellas obedecen al régimen dictado por el médico, pero se le podría dar la cocción requerida…
Esas son las razones por las cuales llegan más residuos de comida a los recolectores clandestinos.
Hoy, cuando se elaboran alimentos, existen condiciones para hacerlos con buen punto, mas no sucede así.
Hay una intención velada: que las personas casi no la coman y pueda venderse.