La timadora
Jorge Milanes Despaigne
Cuando mi madre se queda sola, yo le hago énfasis en que mantenga la verja que da a la calle cerrada. Cuando regreso siempre le pregunto cómo ha pasado el día.
“Ay, m´ijo, he tenido un día malísimo,” me dijo.
“¿Por qué?,” le pregunté.
“Por la tarde me senté en el portal y vino una joven alta, mulata, muy bien vestida y me preguntó si yo era Luisa, le contesté que sí. Muy amable me dijo que es amiga de Sonia, tu hermana, quien la había mandado para ver si yo, que tengo más confianza con Mercedes (hizo señas con el dedo hacia un lado de la casa), podía hablar con ella para que alquilara a una pareja de amigos italianos que llegaban en tres días, y querían una casa fuera de la ciudad. Me pidió agua, me contaba que estaba agotada y que no podía seguir buscando alquiler.
“Llamé a Mercedes, mientras ella deseó pasar para descansar, le abrí, nos sentamos en el portal con nuestra vecina. Después Merci se retiró.
“Yo continué conversando con ella, hasta que noté que se fijaba en mis orejas y me dijo”:
“¿Usted me deja ver esos aretes? Están bellos….”
Realmente estoy preocupado y molesto —le dije— no me canso de decirte que no le abras la puerta a nadie si no lo conoces… ¿Y qué más?
“Se paró e intentó ajustar un pendiente que según ella estaba flojo.”
¿Y qué hiciste?, le pregunté ya con desespero.
“Le di un manotazo, y le dije ‘ladrona, que descaro, voy a llamar a la policía’. La timadora se levantó y salió por la puerta a toda velocidad.
Pero eso no es todo, m´ijito, a la hora vino Virgen, la vecina del frente, y me preguntó por mi sobrina, la que yo había mando al banco a cambiarle sus cien euros. “¡Ay, mi madre! Si yo no mandé a nadie al banco….”