Ir a un restaurante

Jorge Milanes

Si me invitan a un restaurante en La Habana no lo pienso mucho. Es tentador, sobre todo si se trata de los que son en pesos convertibles (CUC), donde se supone que el servicio sea de primera. Con solo saber que voy a comer lo que normalmente no como en casa, estoy allí como el primero.

-¿Tú conoces algún restaurante bueno para ir a cenar esta noche, y si quieres te invitamos?  -Me pregunta mi vecina que llegó de Suiza hace unos días con su esposo y los dos hijos.

-Creo que sí, pero son caros. -Le contesto.

Ella, al escuchar la palabra “caro” mira a su esposo y continúa.

– ¿Y… cuán caro es?

-Bueno, para mí es caro porque no puedo pagar por un plato de comida

15 CUC y además dejar propina, si es un restaurante como el que ustedes quieren. -Les explico, mientras me escuchan atentamente.

– ¿Y la propina es obligada? -Pregunta asombrada.

-No, pero siempre el dependiente espera propina, y a veces hay un grupo de música tradicional cubana que ameniza el restaurante, para que a cambio se le compre su CD o sino se le deje una contribución.

-¿Y esa propina a cuanto asciende? -Siguió indagando.

-Depende del restaurante y de la calidad del servicio. Hay quien se siente tan a gusto con todo el ambiente y el servicio, que deja una gran propina, otros dejan menos o ninguna.

-Eso era lo que queríamos saber. -Me dice muy segura.

-¿Puedes ir o no? Queremos ir con alguien que conozca La Habana.

-Sí, claro que sí. -Le contesté entusiasmado.

-¿A qué hora pasamos a recogerte?

-A las siete y media.

Su decisión fue tan firme y explícita que me quedé sorprendido, no podía imaginar que esta noche era mía, me dio un beso en la mejilla y me dijo:

-Prepárate que esta noche nos vamos de fiesta.