Como no puede usted imaginarlos

Jorge Milanes Despaigne

Después de las grandes inversiones hechas para mejorar la situación de la energía, todavía que ésta falte no es extraño.  Basta que haga un poco de viento o lluvia y enseguida en la empresa eléctrica nos desconectan las líneas, lo cual es interpretado como precaución.

Sin embargo, ayer no fue el caso, esta vez la desconectaron sin que viento alguno mediara en el meridiano cojimero.

Hace tiempo que no sucedía algo así, fue una sorpresa, porque en los años noventa, cuando teníamos alumbrones, estábamos preparados con lámparas portátiles, velas o simplemente, mechones de queroseno.

“¡Qué cosa más grande! ¡Son las siete de la mañana y ya se fue la corriente!” —escuché gritar a la vecina a través de la ventana de mi cuarto.

La oscuridad no me permitía ver siquiera mis manos, tomé al azar mis chancletas, que estaban debajo de la cama, me las puse y a tientas traté de abrir la puerta del cuarto para que entrara un poco de claridad.

Seguí por el pasillo hasta el baño, abrí la ducha, pero no había agua. Tampoco podía prender la bomba para llenar el tanque. No obstante, pude tomar agua y asearme con un pomo que tengo en el refrigerador… “El desayuno lo tomaré por el camino” —me dije— “eso sí, hay que salir contento para el trabajo.”

En la parada de ómnibus, disertábamos sobre lo ocurrido, inusual por la hora en que sucede.

“¡Es incómodo levantarse y no tener agua!”—decía uno.

“Luego aparece en los medios de difusión todo lo contrario, como hace poco en que se tomó Cojímar como modelo para mostrar los trabajos de calidad realizados,” dijo otro.

“Vamos a ver si cuando regresemos podremos contar con agua fría y electricidad,” me dije, nada menos que el primero de tres días tan difíciles, como no puede usted imaginarlos.