Janis Hernández
Por todas estas ventajas, comprarse un microondas es una buena inversión.
Primero consideré importarlo, encargándoselo a alguien que viniera del extranjero, donde el precio mayor no repasa los 50 dólares o euros, según donde lo adquieras y según las características del horno. Pero el costo del pago de aduana allá y acá encarece demasiado el equipo.
En Cuba, el precio de estos aparatos resulta excesivamente alto para los tan bajos ingresos de la población. No obstante, vale la pena el esfuerzo, así que ahorré peso a peso y cuando llegué a los ciento y tantos CUC, fui a comprarme el bendito horno.
A un costo de 117. 95 CUC (porque no podía darme el lujo de comprar uno más caro), llevé a mi casa el modelo más pequeño. Un horno marca Daytron, con una potencia de 700 W y una frecuencia de 2450MHz.
Contentísima calentaba, descongela y cocinaba, haciéndome las labores domésticas más cómodas. Pero era demasiado bueno para ser verdad. Un buen día dejo de calentar, por suerte estaba aún en la etapa de garantía (6 meses) e inmediatamente lo llevé al taller de reparaciones asignado a estos equipos. Como es bastante lejos de casa, ya empezaba a incurrir en gastos de transporte y mi querido microondas empezaba a subir de precio.
Allí me llenaron una enorme planilla y me dijeron que lo debía recoger a la semana siguiente, así lo hice.
Con el horno de vuelta en casa regresó mi alegría, hasta que al tercer día dejó de funcionar.
Cuando llamé al taller me dijeron que tenía que llevarlo nuevamente porque hasta las tres reparaciones no me podían dar un documento para que en la tienda donde lo compré me repusieran el equipo, si tenían del mismo tipo, si no me devolverían el dinero.
De nuevo a meterlo en su caja y a llevarlo al taller. A la semana siguiente cuando fui a buscarlo, exigí me lo probaran y adivina qué: no funcionaba. Volví a dejarlo y una semana más pasó.
Ayer he ido de nuevo por mi horno y al probarlo me di cuenta que tenía un golpe enorme a un costado del chasis. Cuando exigí una explicación por aquel daño estético, el técnico me respondió con la cara bien dura que se golpeó sin querer al intentar sacarlo de su carcasa. Cuando demandé una compensación, me dijeron que esto no era posible, era una suerte de daño colateral. Y tuve que llevarme a casa mi horno averiado.
Para sorpresa mía, otra vez no funciona, mañana lo llevaré por última vez al taller (como está establecido). Y de retorno a la tienda con un montón de papeles firmados y acuñados, veremos qué me dirá el gerente, si me cambian el horno o me rembolsan el dinero.
De momento, volví al ajetreo convencional de la cocina, donde está vacío el espacio de mi microondas. Y yo experimento un macrostress.
Continuará…
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