Una vueltecita por el agro
Isbel Díaz Torres
El sábado fui al Mercado Agropecuario Estatal Especial de La Lisa a comprar vegetales. Llegué justo en el momento que algunas inspectoras detectaban varias violaciones en las tarimas de venta.
En la tarima donde yo hacía mi cola se descubrió que el rábano, que debía venderse a dos pesos la libra, se estaba vendiendo a tres. Incluso, habían cambiado el precio en la tablilla. Lo mismo pasaba con unas botellas de vinagre, cuyo precio verdadero era de 18 pesos, y lo estaban ofertando a veinte.
Además de los precios cambiados, estaban despachando las zanahorias (muy pequeñas en esta ocasión) con sus largas ramas de hojas. Casi el 70 porciento de lo que estaban cobrando al público era por las hojas, violando la orientación de quitar aquellas partes que no pueden ser consumidas. Otro dependiente no podía explicar qué había hecho con las frutabombas que estaban en su listado de productos a vender.
Como sucede casi siempre, los dependientes intentaban quitarse las culpas evocando a un ausente jefe. Pero de nada valieron sus evasivas. Las inspectoras eran severas y serias en su trabajo, y no aceptaron las excusas del que así robaba a la gente.
Resulta que ninguno de los dependientes de esa tarima trabajaba allí oficialmente. No tenían los documentos que así lo acreditaban y eran incapaces de responder las preguntas más sencillas.
El malhumor en sus rostros era evidente. Por momentos intentaron ignorar a las inspectoras, se negaban a presentar sus documentos de identidad, y el lenguaje corporal demostraba una violencia contenida y a punto de expresarse. Ante esas posturas las mujeres no se amedrentaron (lo cual me llenó de orgullo ajeno) y fueron más severas aún.
Ahora, lo que verdaderamente me impactó de lo sucedido fue que participé de un proceso totalmente público. A medida que iban encontrando las violaciones las decían a los consumidores presentes, a la vez que exigían a los dependientes que no detuvieran la venta. Sabemos que hay veces que estas inspecciones se hacen de espaldas al público y que se llegan a arreglos corruptos.
Esta vez no fue así, afortunadamente. Ello permitió que las personas expresaran libremente su descontento, sin alteraciones del orden y sin violencia. La gente pudo ver cómo se corregían al instante los precios y, de alguna manera, formaron parte del proceso de luchar contra la corrupción.
Claro, no soy tan ciego como para ignorar que los procesos más corruptos no se llevan a cabo en el agro, ni los ejecutan personas con las manos sucias de tierra. Los “mejores paletazos” los dan personas muy limpias y perfumadas, de pieles desteñidas de tanto aire acondicionado, y que rara vez se trasladan en guaguas. Procesos con todos los cuños y firmas de la ley, y que concentran en manos de unos cuantos la riqueza de todos.
De cualquier manera me sentí complacido. No obstante, cuando me retiraba me detuve en la tarima de las especias. Allí, una dependienta comentaba: “están chapeando bajito, ahorita vienen para acá.” a lo que la otra respondió “yo estoy libre de pecado…” miró su tablilla de productos, y rectificó “sólo tengo que quitar la salsa de tomate de la pizarra…”