Respeto por la vida
Isbel Díaz Torres
Salvar una vida, así sea la de una planta o un animal, es siempre un deber. Por eso descubrir al pichón gris, acurrucado entre la acera y la pared (ambas grises), y acudir en su ayuda, fue como una orden para mí.
Bajaba junto a un amigo por la calle O, en el Vedado habanero, cuando distinguimos un bulto en el suelo. De inmediato me acerqué para identificar lo que resultó ser un ave, y recogerla. Tan joven era, que ni siquiera intentó huir de mis manos. La acomodé en mi palma y continuamos la marcha, sin saber realmente qué haríamos con el animal.
No tenía heridas ni señales físicas de violencia. Eso ya era algo positivo, pues muchas veces se lastiman al caer de sus nidos. Según mi limitado conocimiento ornitológico, parecía ser la cría de una de esas graciosas palomas “rabiche” que tanto abundan acá.
Un mes atrás, en la calle Línea, había rescatado a un Rosacoli (especie de perico verde, con la cabeza roja). Al parecer se había escapado de su jaula, y durante su vuelo chocó con la pared de un gigantesco edificio. Revoloteando se vino abajo ante mi mirada. Pude atraparlo entre la yerba, pero después de unos minutos, ante la inquietud del ave, preferí liberarlo en un jardín cercano, con árboles de amplio follaje.
La calle O, que intercepta a la populosa avenida 23, es también muy transitada por vehículos y peatones. Unos pocos saltos del avecilla gris y hubiera podido caer bajo el pie de un transeúnte, las ruedas de un auto, o entre las garras de un perro o un gato callejeros. Afortunadamente nada de eso pasó. Mis manos le sirvieron de abrigo, y a diferencia del Rosacoli, la palomita se acurrucó confiada.
Un largo viaje le esperaba. Nos acompañó todo el trayecto desde El Vedado hasta San Agustín, donde yo sabía quién podía cuidarla. Por mi barrio vive Yosvany, un amigo amante de las aves que de seguro acudiría en ayuda del pichón. Yosvany tiene las más exóticas aves, que son el asombro de niños y adultos. Es impresionante la labor de educación ambiental que realiza, sobre todo con los infantes. Él no estaba en casa, pero su esposa, también defensora de la fauna, acogió amorosamente a la avecilla.
Días después supe que no había logrado sobrevivir, pese a los esfuerzos de mis amigos. La alimentación de un ave tan pequeña tiene sus complicaciones.
Siento pena por la diminuta paloma y su vida truncada. No obstante, estoy orgulloso de mis amigos y de mí por haber intentado salvarla. Me gustaría pensar que la recompensa no siempre es evidente.