Muerte de la Ceiba
Isbel Díaz Torres

Ya es seguro: mi Ceiba ha muerto. El árbol que podaron hace casi cuatro años en mi barrio no ha podido sobrevivir a la agresión. San Agustín, localidad de Ciudad de La Habana, se ha quedado sin uno de sus principales símbolos culturales.
Cada año, después de aquella tala, veía a la Ceiba sacar sus retoños. Yo siempre pedía porque algún poder le diera fuerzas para resistir, pero sabía que era imposible. Hablo de un árbol gigantesco. La Ceiba sobrepasaba los edificios de cinco plantas que la rodeaban. Aún hoy, con toda su fronda ausente y su cuerpo parcialmente consumido, se levanta como un gran obelisco ya muerto.
Producir alimentos para mantener tal masa vegetal requiere de un gran volumen de hojas. Recordemos que son las partes verdes de las plantas las que transforman la luz solar en energía química. En ello radica la magia de las plantas. Pero los pocos brotes que afloraban cada año no podían satisfacer la demanda del árbol.

Por otro lado, la técnica utilizada en la poda fue incorrecta, según palabras de Isabel Russó, funcionaria del Ministerio de la Agricultura. Russó me visitó a principios de 2007 y juntos fuimos al parque. “Todo ha sido un gran error,” confirmó ella, pero las demandas que le presenté como simple vecino del lugar nunca fueron satisfechas.
No se pidió disculpas a la comunidad, ni se recogieron los destrozos dejados por “los leñadores.”
La Ceiba recién podada tampoco recibió tratamiento fitosanitario que impidiera la proliferación de enfermedades en su cuerpo. Su muerte era sólo cuestión de tiempo.
Ha ido disipándose todo el vigor que hasta ahora ella encarnaba. Como consecuencia los devotos del barrio han dejado de colocar ofrendas a sus pies. El hermoso árbol, hermano del africano Iroco, es ahora una sombra. Cada año el peligro de su caída será mayor, pues el comején comienza ya a hacer sus estragos.
Mientras tanto, yo me pregunto ¿podemos sembrar un nuevo árbol en su lugar, o también tendremos que ser testigos de su lenta y dolorosa descomposición?
Esta crónica estremece por la pasión de quién la escribe y la profundidad de la denuncia….ojalá podamos evitar que la insensibilidad burocrática siga cometiendo, en virtual impunidad, actos como este…..podremos transformar vieja aquella frase para decir que el grado de civilización de una sociedad se conoce por la forma en que trata a todos los seres vivos que le circundan.