El uniforme escolar
Isbel Díaz Torres

Mi cuñada no sabe qué va a hacer. Ya comienza el curso escolar y no tiene completos los uniformes de sus dos niños.
El más pequeño entra a la escuela primaria en primer grado. Como el año pasado, en pre-escolar, le dieron un módulo de dos shorts rojos y dos camisas blancas, este año no le corresponde absolutamente nada. Debe volver con sus gastadas piezas.
Comprar tallas más grandes que las que les corresponden a los niños y niñas es la estrategia más común. Esta tarea, que socialmente (e injustamente) cae sobre las madres cubanas, puede convertirse en lo que aquí llamamos “un verdadero dolor de cabeza.” El primer año se reducen las prendas, mientras que para el segundo se deshacen las costuras.
El caso del mayor de mis sobrinos es diferente. Él comienza en la educación secundaria, por lo que el uniforme varía: ahora se trata de pantalones de perneras largas, color mostaza, y camisa blanca. Su madre se las apañó para conseguir los dos pantalones que le corresponden, talla 28. Apenas habían piezas de esa talla, pues la inmensa mayoría eran de tamaños mucho mayores.

Con las camisas no corrió con igual suerte. Esta es la fecha donde aún no ha podido comprar las que le corresponden, pues no hay en las tiendas. Tememos que el niño se verá obligado a asistir con su camisita de primaria, la que le queda disponible, pues una fue consumida en la popular y graciosa tradición de recoger las firmas y mensajes de los compañeritos de graduación.
La entrada a la Secundaria Básica marca por lo regular la entrada en la adolescencia. Este es el momento del desarrollo de niños y niñas donde comienzan a extremarse en sus cuidados para tener más éxito en sus conquistas amorosas.
La apariencia personal en esta etapa juega un rol determinante para ser aceptado en los grupos que se conformarán. A la vez, la gran actividad dentro de las escuelas da pocas garantías para la preservación de la ropa, que se supone resista tales embates durante dos años completos.
Para algunos padres siempre estará la opción de comprar en el mercado negro el pantalón del uniforme en cincuenta pesos cubanos (CUP), y la camisa a igual precio. Estas cifras representan aproximadamente el 1000% de los precios de estas prendas en las tiendas estatales. No obstante, es imposible ignorar que una parte considerable de los padres (la mayoría, a mi juicio) no podrá hacer tales sacrificios.