Visita al Cristo de La Habana, y otros chismes
Irina Pino
HAVANA TIMES — Descomunal, hermoso, dominador, se puede observar desde varios puntos de La Habana el Cristo esculpido por Jilma Madera, una artista cubana que expresó que su Cristo no era para adorarlo, sino para recordarlo; quizás lo dijo para que lo apreciaran en toda su grandeza, y no como símbolo religioso para salvar almas. Parece vivo, como si nos hablara en aquel pedestal.
Fue inaugurado en 1958, tiene 20 metros de altura, y está a 50 pies sobre el nivel del mar. Cubanos y turistas suelen ir a ver esa maravilla, que costeó la escultora de su propio bolsillo, con un premio que ganó. Ella misma hizo el viaje a Carrara para seleccionar las piedras de mármol.
Días atrás lo visité con unos colegas de Havana Times que no lo conocían; montamos juntos en la lanchita que va para Casa Blanca, donde está ubicado; el viaje es barato, pero la lancha es vieja; íbamos conversando y yo miraba al agua con miedo, pensando: “Si se rompe en medio del mar, no alcanzarán los salvavidas”. Si es que aún funcionan estos artefactos sujetos hace mil años a los costados de la embarcación.
El pueblo de Casablanca es ordinario, la única atracción es el Cristo; para verlo hay que subir un largo camino que tiene muros con arboledas, por donde pasan los autos, motos, y bicicletas. No hay señalizaciones. Antes de llegar se divisan dos portones con un cartel de unidad militar y una rústica garita.
Del pasado
En mi juventud, con unos amigos, nos proponíamos hacer un picnic y por equivocación nos metimos en la unidad militar, el lugar estaba en silencio y la belleza de los árboles nos convidaba. Ya sentados y mientras comíamos, inesperadamente sentimos unos fuertes pasos en la hierba, el susto fue grande cuando aparecieron varios hombres uniformados, y uno de ellos, con voz de trueno, nos expulsó de malas maneras.
Después de pernoctar por varias horas junto a la estatua, el grupo se disolvió, y nos quedamos dos parejas para tener sexo, cada uno por su lado. Bajamos hacia el verde amurallado del camino, allí la aventura resultaba tentadora, pues toda la gente se marchaba al anochecer, y había una quietud impresionante.
La otra pareja se alejó bastante de nosotros, y cuando recién terminamos de hacer el amor y nos acomodábamos las ropas, venían ellos sin zapatos y medio desnudos, gritando que los había sorprendido un hombre con la cara pintada de blanco y una navaja en la mano, diciéndoles que los iba a matar si seguían en “eso”.
Por supuesto que dejamos de ir en meses, y sí lo hacíamos, nos marchábamos antes del anochecer.
Actualmente, ese camino sigue en tinieblas por las noches; para transitar las personas se iluminan con sus celulares por el riesgo de tropezar y caer.
Arriba, el Cristo ha cambiado un poco, ahora está rodeado por una cerca, para alejarlo del contacto directo, quizás para que no lo pinten o ensucien, cuando lo más razonable sería que tuviera vigilantes.
En el sitio se vende artesanía y unas graciosas miniaturas de Cristo hechas de maíz.
Todos lo admiran, se hacen fotos y videos con él, además de mirar el paisaje desde la otra orilla. Algunos fantasean, como si se tratara de otro país, otra ciudad, una urbe más encantadora desde la lejanía, con sus luces y sombras.
Mientras otros, solo pueden ver una bahía con cruceros varados, inalcanzables, que proyectan millares de lucecitas. En derredor parece una villa francesa por sus colores y placidez, pero sigue siendo Cuba, y este, nuestro Cristo.
…asi deberian ser todos los articulos…una reseña cultural,algo de aventura y accion y su buena dosis de sexo…eso si es periodismo que te atrapa….
jajajajajajajajajaa… eso, carajo.
Te faltó poner una foto de las artesanias
Irina y su sonrisa enigmática cará!!! ,en este post resultaste “kimbadora de manigua” ; se salvaron tus amigos de aventura, por poco se los “kimba” a ellos el tipo de la cara pintada ajajajajaj.
El amor esta hecho hace tiempo… lo que hicieron fue el sexo.