Vínculos con el mar

HAVANA TIMES – Hace tres noches me conecté a Watssapp y vi que estaba en línea un amigo escritor. A él lo admiro por sus cuentos, sus artículos; por la manera en que los relaciona con el cine y la literatura. Así que leerlo, es disfrutar de una narrativa muy particular. No solo porque te adentras en su universo, sino porque te inspira a buscar la película o el libro al que hace referencia.

Este colega me confesó (sin tapujos) que no estaba en su labor habitual: miraba pornografía. Cuando me lo dijo no me escandalicé ni nada. Nunca he padecido de mojigatería. Lo cierto es que lo corté y nos pusimos hablar de su estancia en Grecia, cuando visitó un restaurante costero y allí recogió piedras de diferentes colores y formas. Una de aquellas, negra y de manchas blancas, es la que más le hace evocar su viaje.

No se desprende de la piedra; invariablemente la lleva en el bolsillo de su pantalón, acaso como un amuleto de la suerte.

Yo también recojo piedras, si ando merodeando por la costa, luego de mis caminatas. Las guardo en una bolsita de plástico. Más tarde las pongo en cuencos, encima del librero que está en la sala, o en mi habitación. Me agrada tomarlas en la mano y tocarlas. La sensación de ese contacto me transporta a otros parajes; o a personas que amé.

Caracoles y conchas marinas, sirven, del mismo modo, para mi colección.

En mi infancia iba con frecuencia al mar, sobre todo a las playas del Este, cuando a mi papá le asignaban una casa en la playa, como premio, por ser un trabajador destacado.

Mis padres y el mar, días paradisíacos; eco de un país mejor, alejado del desastre en que estamos viviendo.

Me hipnotiza el mar, aunque su inmensidad me hace temerle, más bien lo respeto. Una vez me quedé dormida en una balsa que se apartó bastante de la orilla y sentí tremendo miedo. En otra ocasión, cuando yo tenía siete años, en la playa Santa María, mi tío me sacó por el pelo porque me estaba ahogando.

Nunca aprendí a nadar, no por falta de profesores, sino por culpa de mi estúpida fobia.

Hace más de dos décadas que el mar es una presencia diaria. Mirarlo es un calmante natural. Lo prefiero sin borrasca y sin vientos fuertes; no obstante, ninguna existencia es estática, todo se mueve en constante transformación.

Y hablando del mar, supe una noticia que me dejó muy triste. No sé si alguien recuerda uno de mis diarios: “Los extraños personajes de la playa”; donde menciono a personas que acuden a esta zona para hacer cosas inusuales. Pues el joven que a cada rato me encontraba y solía conversar conmigo, desapareció bajo las aguas.

El muchacho adoraba a su abuela, cuando ella murió, trajo una imagen de Santa Bárbara al mar; ella quería la dejara hundirse entre las olas. Pero él no tuvo el valor de hacerlo. Conservar el cuadro, sería honrar su memoria.

Con frecuencia me pedía consejos, porque quería trabajar. Tampoco sé si en realidad lo hizo alguna vez. Sus incoherencias interrumpían la plática de vez en cuando. Mas sus reflexiones y pensamientos, en voz alta, mostraban gran sensibilidad; no soportaba a los pescadores, los llamaba: “Los asesinos de los peces”. Algunos vecinos lo tildaban de loco y se burlaban de él en su propia cara.

Y yo me pregunto, ¿quién es normal, más en estos momentos, cuando hay tanta falta de todo? Empezando por falta de humanidad, de compasión hacia el prójimo.

Gaetano Veloso, el cantautor brasileño, una vez expresó: “Visto de cerca, nadie es normal”.

De acuerdo completamente con Veloso, tenemos fobias, manías, miles de problemas. La verdadera batalla es aplastarlos y que no nos superen. Solo que este hombre no podía, estaba trabado en su mundo y no podía escapar.

Quizá le temía a la vida, pero al mar no, ya que se iba a nadar donde las aguas son más profundas.

El último día que lo vieron andaba con una jaba con ropas. Cuentan que lavó las prendas y las puso a secar al sol. Mientras se secaban, fue a nadar un rato. Nunca volvió.

Sus pertenencias descansan en la boca de uno de los túneles de la playa. Nadie las ha tocado.

Lea más del diario de Irina Pino aquí.

Irina Pino

Irina Pino: Nací en medio de carencias, en aquellos años sesenta que marcaron tantas pautas en el mundo. Aunque vivo actualmente en Miramar, extraño el centro de la ciudad, con sus cines y teatros, y la atmósfera bohemia de la Habana Vieja, por donde suelo caminar a menudo. Escribir es lo esencial en mi vida, ya sea poesía, narrativa o artículos, una comunión de ideas que me identifica. Con mi familia y mis amigos, obtengo mi parte de felicidad.