Irina Pino

HAVANA TIMES — Si quisiera hablar de madres célebres, la lista no alcanzaría, pero de igual manera he querido homenajear en este día a las progenitoras de seres de carne y hueso, esas maravillosas mujeres que acompañaron a sus hijos en sus infortunios, y a lo largo de toda su vida.

La madre de José Martí, siempre temió por su vida, y nunca estuvo de acuerdo con la labor que realizaba, sufría por su hijo, sin embargo nunca lo abandonó. Él le escribe una conmovedora carta de despedida desde las playas dominicanas, tras firmar el Manifiesto de Montecristi.

“Hoy 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Ud. Yo sin cesar pienso en Ud. Ud. se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Ud. con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre esta allí donde es más útil”.

Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre.

No obstante, aquella madre era también merecedora de tal hijo amoroso y sacrificado, siendo ella portadora de un inmenso amor hacia él. Así deja constancia en una misiva de clemencia dirigida al gobernador superior civil de España, el 5 de agosto de 1870, mientras el adolescente Martí se encontraba cumpliendo a la edad de 16 años un injusto presidio.

“Aquí tenéis presente Exmo. Sor. á una parte de esa desamparada familia que á las plantas de V.E viene á derramar sus lágrimas para conseguir la indulgencia hacia ese infeliz que no puede valerse por sí, ni puede ya en esa malhadada situación volver los ojos á esa pobre madre y hermanitas inconsolables…”

Los amores de ambos se equiparaban. Los dos eran símbolos de mutua fidelidad.

Irena Sendler fue una joven polaca enfermera y trabajadora social, conocida con el nombre de La Madre del Holocausto, que ayudó a salvar las vidas de más de 2 500 niños judíos durante la 2da Guerra Mundial. La valerosa mujer se condolió por el hacinamiento de estas familias y se las arregló para trabajar en la oficina sanitaria, vinculada a las enfermedades contagiosas. Lo que le permitió prestar apoyo a las familias judías que estaban allí retenidas. Convencía a los padres para que les entregaran a sus hijos, y los sacaba por montones, cual si fueran víctimas de la epidemia del tifus, en sacos de papas, cajas de herramientas, cargamentos de mercancías, incluso en ataúdes. De esa forma ingeniosa fue salvada una pequeñita de 5 meses, a la cual narcotizaron y metieron en un ataúd con agujeros. Su madre puso dentro una cuchara de plata con su apodo y su fecha de nacimiento. Esta fue criada por una colaboradora de Irena.

Sendler ideó un archivo con los nombres de los chicos y sus nuevas identidades, para que en el futuro pudieran recuperar sus identidades y sus familias. Atrapada y torturada por la Gestapo, no traicionó el destino de los niños, ni a sus familias de acogida. La ayudaron a escapar y siguió trabajando con una falsa identidad. Murió en 2007 a los 98 años. La que se preocupó por niños ajenos, no pensó que con su acción incondicional pasaría a la historia y se convertiría en madre imperecedera. Pasó años recibiendo a todos aquellos hijos a los que ayudó a sobrevivir.

Mi abuela Teresa, es acaso alguien de la que ignoré su verdadera dimensión. De carácter fuerte, no dado a sensibilidades, me parecía a veces, una señora ahorradora en extremo, que casi pecaba de avara. Sin embargo, a mí me llevaba a comer a restaurantes a menudo, y me mostraba sitios históricos de La Habana Vieja.

Muy joven, se casó con un hombre de otra condición, desafiando a las convenciones, que renunció a su familia para vivir en la pobreza junto a ella. Fue madre de 4 hijos, a los que tuvo que terminar de criar, al ser internado mi abuelo en un lazareto por contraer el tifus. Lo cuidó hasta su muerte. Luego, renunciando a su orgullo, tuvo que pedirles a las monjas que no sacaran a mi madre y a mi tía de la escuela, puesto que ya no podía costear su educación. A sus otros hijos, los varones, les dijo que trataran de terminar sus estudios en escuelas públicas y que buscaran empleos. En su dolorosa viudez, tuvo que ponerse a hacer sombreros para mantener a toda la familia. No se volvió a casar.

Son historias de heroínas que no dejan de sorprendernos, y que nos enseñan que la fortaleza del espíritu de las madres puede ser el motor impulsor para la vida de sus hijos.

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