Se fue el Dios rubio Ryan O’Neal

Ryan O’Neal y Ali MacGraw en Love Story (1970)

HAVANA TIMES – La muerte nunca toca a los íconos. Nos parece que no debe suceder. Para que perduren y conserven el esplendor. El Dios rubio norteamericano, el actor sexy de la película Love Story, se fue, ha muerto. ¿Será cierto? Es verdad que tenía más de ochenta años y estaba enfermo. Pero no, en nuestra mente es joven y vigoroso. Sin defectos.

Los años juveniles marcan la pureza; eso es lo que significa aquel filme. Donde unos jóvenes se aman y rompen barreras, por lo único que importa: preservar ese sentimiento, la vida que crece entre los dos. La valentía insufla la carne, y alimenta la espiritualidad.

Nadie pudo detenerlos y se marcharon. La nueva ciudad donde habitaban, asistía muda y los dejaba reír. Estaban eufóricos, en el estatismo que enseña la felicidad. Vivían adormecidos en la plenitud. Descubriéndose cada día. Viviendo una cotidianidad deslumbrados.

Es la sensación de poder aprehender la maravilla, el no desear estar solos. Porque todo se hace de manera natural. La sinceridad no se disfraza, fluye como una marea tranquila. No existe la hipocresía que se va adquiriendo a medida que envejecemos.

Parece algo extraño, yo vi a Ryan O´Neal unos días atrás. No sé por qué me dio por sacar la comedia The Main Event. En este filme él es un ex boxeador que tiene que pagar una deuda, mediante peleas, a la empresaria que interpreta Barbra Streisand.

Me volví a divertir con esta comedia, admirando la química de ambos. Quizás fue una especie de premonición, pues era la última vez que su presencia irrumpía y me hacía recordar aquellos años setenta, cuando resplandecía y era tan famoso.

O´Neal hizo muchas películas, sin embargo, su Oliver nos marcó. Mi hermana y yo llorábamos cada vez que veíamos Love Story. Nos parecía real, tangible. Queríamos enamorarnos de esa manera. Él era el modelo, el hombre escogido. Fuerte de convicciones, sin miedo a renunciar a cosas que otros no renunciarían.

Queríamos conocer a un Oliver Barret, y nosotras seríamos como Jenny, la chica que le dice antes de morir de cáncer: No quiero que seas un viudo triste. Vuelve a enamorarte.

Love Story comienza en el final, cuando todo ha terminado. El personaje está sentado en un banco, rodeado por un paisaje invernal. El blanco es pureza, soledad, incertidumbre.

Se escucha su voz en off, cuando se refiere al amor que Jeniffer le profesaba a Mozart, Bach, The Beatles, y a él.

No es casual la frase. Está impregnada de sensibilidad, de una ternura que nos agobia y a la vez nos reconforta. La felicidad es eso, lo que amamos y nadie nos puede arrebatar.

Entonces comienzan los acordes del tristísimo tema musical de Francis Lai. Y nos quedamos adoloridos, pero satisfechos, porque la ficción es acaso la realidad, y viceversa.

Lea más del diario de Irina Pino aquí en Havana Times.

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