Proposiciones indecentes

Irina Pino

HAVANA TIMES – No es casualidad que se me considere alguien con una sexualidad abierta, libre de prejuicios, puesto que he abordado temáticas relativas al sexo en Havana Times, donde mantengo un diario personal.

Me encanta escribir sobre sexo, ya que el abanico de posibilidades es extenso.

Eso pasa a ser un acontecimiento interesante por lo que implica. A lo largo de mi vida me han propuesto relaciones sexuales de todo tipo, unas solapadas y otras a rajatabla, sin mediar otra cosa.

Tenía catorce años, cuando se me acercó un vecino que era marino mercante y tenía fama de mujeriego. Estaba enamorada del tipo, al menos así lo creía, pues siempre su imagen estaba en mi cabeza.

Me resultaba sexy, quizás porque tenía más de 30 años. Por eso acepté la invitación a su casa, para degustar un chocolate frío (supuestamente). Claro que, el chocolate era yo. 

En la etapa juvenil casi todas las chicas son bonitas, las carnes firmes y la piel fresca no dejan de ser una tentación.

Por aquella fecha se llevaba la moda de los shorts de jeans, con corazones rojos en los bolsillos traseros. No usaba sujetador, y se marcaban mis pezones erectos. Era un plato nada despreciable a los ojos de los demás.

Mientras conversábamos sentados en el sofá de su sala, me puso la mano en un muslo y con la otra empezó a meter la mano debajo de la blusa.

Al sentir su contacto, enmudecí, no atiné a otra cosa que ir a la puerta y salir corriendo. Después de eso, al verlo por la calle, le huía.

Tuve un acosador que visitaba la librería donde trabajaba. Con su tremenda labia comenzó a hablarme de libros, de sus autores favoritos, bla, bla, bla…

A la tercera o cuarta vez me contó de sus planes. Era muy desagradable porque interrumpía mi labor, expresándose con frases groseras sobre lo que me quería hacer. Pronto me propuso un trío. Y yo, inocente al fin, no sabía que eso constituía un delito.

Me pintaba la escena con naturalidad. La iniciativa sería mía, pondría la chica en posiciones bien calientes, para que luego él se uniera a nosotras a disfrutar.

Recuerdo la anécdota de uno de mis novios: su deseo era que me acostara con su mejor amigo. Sería algo alocado, tendría lugar en su “antro”, como le llamaba. Residía en un cuartico en un garaje. El sitio estaba alfombrado, lleno de luces rojas y tenía aire acondicionado. Sobre las paredes había posters de bandas de rock.

Tenía ganas de experimentar. Todo ello bajo la influencia de un té de campana, muy popular por los años 80. (aquí tampoco hay una especie de final  e inmediatamente comienza con otra anécdota)

Un voyeur que conocimos en la playa Santa María, pretendía que mi amigo gay y yo, tuviéramos sexo con una lesbiana. El estaría observándonos tras una cortina. Dicha tela tenía una abertura pequeña que le permitiría ver la escena. Solo mirar y masturbarse era su propósito.

Cuando tenía 21, mi novio de turno reservó en un hotelito con otra pareja. Una sola habitación. Alegaba que para ahorrar dinero. Yo accedí sin sospechar que era un swinger. No pasó nada hasta después que comimos en el restaurante. Cuando salí del baño ya estaba la otra pareja desnuda teniendo sexo oral, mientras él, también sin ropas, me convidaba a la fiestecita.

Hace poco tuve una experiencia con un swinger, el tipo escribe y es fan a mis posts. La idea de hablar con un colega me pareció agradable. Salimos a tomar un café y al rato fue directamente al grano.

Le seguí la corriente, incluso lo alenté, me interesaba conocer a sus amigos swingers a modo de investigación. Sin embargo, perdí el contacto con él.

Esa persona me contó que su matrimonio estuvo basado en ese tipo de relaciones, no obstante, ella no desea hacerlo más, ahora lo rechaza porque se le ha creado un trauma. De ninguna manera se lo prohíbe. Él es libre de hacer sexo con quien prefiera.

Tiene mucho tiempo libre que gira en torno a esa práctica. Me confesó que toma ansiolíticos para controlarse.

No es mi intención juzgar a la gente, ni tampoco soy una monja, el sexo es un mundo aparte, cada cual hace lo que lo viene en ganas. Lo errado es tratar de convencer al otro y provocar situaciones desagradables.

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