Más allá de una película

Irina Pino

HAVANA TIMES — En un pueblo perdido habita una mujer de cuarenta años, hermosa aún. Es una simple ama de casa que atiende a su esposo y a sus hijos adolescentes. El trabajo doméstico y el de la granja es todo lo que tiene.

Conoce por azar a un fotógrafo de la National Geographic, el cual ha venido a sacar fotos de los puentes cubiertos de las inmediaciones.

Los Puentes de Madison es una película norteamericana de 1995, dirigida y protagonizada por Clint Eastwood junto a Meryl Streep. Basado en la novela homónima de Robert James Waller.

La amistad y la mutua simpatía, propician el romance. Hasta este punto, puede ser una historia cualquiera, pero la atracción que ambos sienten va más allá de lo físico: una comunión de espíritus. Algo que no sucede todos los días. Entonces él le ofrece que se vayan juntos a recorrer el mundo, pues su trabajo le exige que viaje con frecuencia. Ella se debate entre el deseo de marcharse y la responsabilidad con su familia.

No obstante, ¿qué hubiera pasado si la historia hubiera sido otra? ¿Si ellos hubieran huido, dejando atrás las convenciones sociales, el miedo, el arrepentimiento? Nadie lo sabe, sería otra película.

Aunque, bien se pudiera ahondar más en su estancamiento, antes era una maestra, que luego dejó de ejercer a pedido de su marido, tuvo hijos, y renunció a toda realización intelectual y social.

Entonces aparece este personaje y se torna la inesperada muleta, a su ostracismo, a la incapacidad de afrontar lo que ha permanecido oculto a través de los años: la existencia rutinaria, la dependencia y el silencio. Este hombre la hace sentir más joven. Su optimismo se refleja en su peinado, en la compra de un vestido nuevo, en un baño largo donde aflora un erotismo que no conocía de sí misma.

Señales que siente dentro y fuera. Se percata de que es un ser humano, alguien que exige un pedazo de espacio que le fue arrebatado, o que no supo mantener. La cuerda es delgada, sin embargo, hay solo dos alternativas: o se queda, y sigue siendo la devota esposa y madre, o se va con el amante, cambiando su estética por la de una mujer que decide, que posiblemente se equivoque y sufra las consecuencias.

¿Por qué no se crea una tercera alternativa? La de decirle toda la verdad al esposo y a los hijos. Un arreglo que podría salvarla de su atasco definitivo. No romper, sino construir.

Es un camino por recorrer que no se cumple, Francesca sigue en su universo cotidiano, sin cambiar. El fotógrafo la espera inútilmente.

Queda solo un bello dibujo en su imaginación, cartas y polvo que los unirán después de la muerte. Ese es el final de la película. Con el mensaje correspondiente para los hijos: “que conserven lo que amen”. ¿Pero es solo eso?

Dejar de ser uno mismo, para convertirse en lo que los demás esperan de uno. Una opción triste, que a la larga provocará dolor y aflorará de alguna manera. Es mejor hablar y mostrarse tal y como uno es, sin afectar ni cambiar el universo interior donde somos dueños de cada pensamiento. Y a la vez, optar por ser individuos únicos para nosotros y para los demás.

El tema es delicado y extensivo para la reflexión. Estos puentes, esta historia, sirven para retratar similares experiencias humanas, donde el sacrificio propio borra la libertad, asumiendo la complacencia y la inacción como un estado normal.