La escuela al campo, primera experiencia

Irina Pino

Estudiantes trabajando en el campo.  Foto: Caridad

HAVANA TIMES — En la enseñanza secundaria por aquellos años 70’s, fui por primera vez al plan llamado “La escuela al campo”, que no era otro que combinar el estudio con el trabajo. Los jóvenes no podían negarse a ir a trabajar durante 45 días en labores que apoyaran la producción agrícola del país.

Solo algunos con certificado médico por enfermedades crónicas podían salvar el pellejo. Decían que los que no iban, se les pondría una mancha en el expediente escolar. Pero las condiciones de aquellos albergues, fue lo que nadie llego ni siquiera a imaginarse. Sumado al gasto que ocasionaba para los padres el transporte y la comida que le llevaban a sus hijos los días de visita para “reforzar” la alimentación.

Cuando llegamos, todo era una nube de polvo rojo, por lo que en ese momento hubo que empezar a limpiar y organizar, en medio del arribo de muchachos imberbes y asustados que se alejaban por primera vez de sus hogares.

Y aunque se limpió y ordenó, con el tiempo las condiciones que se notaban eran pésimas: las letrinas con heces en derredor, –apenas se podía dar un paso para hacer la necesidad en el lugar correcto–;  los colchones viejos y polvorientos; la alimentación además de insuficiente, estaba mal confeccionada y era poca; las ventanas con hendijas por donde se metía un frío en la madrugada; los baños fuera, sin techo, solo con un saco de yute sostenido por dos piedras que hacía la función de puerta. Y para colmo no había agua corriente, teníamos que bañarnos con cubos que cargábamos desde otro lugar; el agua fría se deslizaba por la piel, a pesar de las bajas temperaturas.

Nos daban el de pie (era la frase que se usaba para despertarnos) a las 5 y 30 de la madrugada, un vasito de leche con cereal y un pan, era nuestro frugal desayuno; luego correr para asearnos donde estaban los lavaderos de ropa. –Todo esto con un frío que congelaba hasta la sangre–. Subirnos a unos camiones e ir bajo la neblina gélida hasta donde se hallaban los surcos con las siembras.

El trayecto duraba más de media hora, y éramos transportados como ganado. Allí nos esperaban unos surcos larguísimos, que yo apenas podía cumplir, mis compañeras siempre me ayudaban a terminar. Tampoco tenía guantes ni botas, mis pies llevaban unos zapatos plásticos que se anegaban de fango, pues solo nos habían entregado dos camisas y un pantalón de trabajo.

Desyerbar plantas de yuca, rodeadas de hierbas parásitas con espinas era sumamente peligroso, –para eso servían las botas y los guantes–. A las 12 un receso, y nos llevaban de vuelta para el almuerzo en el comedor. Regresábamos a las 2, y así continuábamos hasta casi las cinco de la tarde. Incluso los sábados, se trabajaba hasta la una.

En el tiempo libre no había muchas actividades, la televisión la veíamos poco, pues a las 10 apagaban las luces en todo el albergue. Solo una vez vino un equipo del ICAC para proyectar una película bastante vieja. Lo único bueno fue eso, y también la música que nos ponían para bailar los fines de semana. De esa música recuerdo las canciones de Peter Frampton, no sé por qué…

Lloraba a menudo, pues extrañaba a mi familia y aborrecía aquel lugar. Ni siquiera existía mucha seguridad en aquellos albergues, los profesores se turnaban en la guardias, pues se corría la voz que un desconocido merodeaba los alrededores para “tocar” a las muchachas y robar prendas de ropa.

Después de aquella experiencia, llegué a mi casa con neumonía y el brazo derecho lesionado, –un brusco frenazo del chofer del camión, provocó  que mi brazo quedara atrapado entre la soga y los cuerpos de las muchachas–. A pesar del hematoma y el dolor, la directora del campamento no quiso dejarme ir, y me puso a realizar trabajos de limpieza en los albergues.

Al enterarse de lo ocurrido mis padres se enfurecieron y quisieron llevarme, pero ella alegó que eso me perjudicaba con una mancha en mi expediente, –aunque solo quedaban diez días–, aún así, regresé en la fecha prevista. Contaba solo con 13 años.

Me ha dicho una amiga que aún se envían a los estudiantes del pre-universitario al plan de “La escuela al campo”, pero solo por una semana. Espero que las condiciones hayan cambiado.

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