El panorama que nos rodea

Glorieta del parque Victor Hugo, en H y 21. El Vedado

Por Irina Pino

HAVANA TIMES – Estar triste es un estado natural, algo que viene de pronto y no podemos evitarlo. Me pasa desde la semana pasada, con la partida de una amiga que se fue para los Estados Unidos.

En su caso, fue a obtener la residencia. Su hijo la reclamó. Ya no sé cuantos han cruzado el mar, buscando otros modos de sobrevivencia. Hay un éxodo imparable. Y este es un asunto preocupante, porque no sabemos cuándo va a terminar.

El otro día fui a una consulta y, en el piso de abajo (años atrás de atención psicológica), se ha habilitado para que la gente recoja sus papeles de exámenes médicos, para poder viajar.

Les comento que la sala y el portal del edificio estaban atestados, era raro ver y escuchar a las personas que se felicitaban entre ellas, deseándose lo mejor. ¿Por qué? Pues por dejar la patria, la tierra donde nacieron y echaron raíces, donde están sus familiares, sus amigos, sus muertos.

Me parece una cosa absurda, cuando debiera ser lo más triste, tener que abandonar el país.

Pero no es para menos, el paisaje que nos rodea es cada vez más deprimente, no solo por la falta de alimentos y medicinas, sino por el panorama que nos rodea.

El Vedado siempre fue un reparto bonito, ahora tiene sus calles llenas de huecos, sus aceras ripiadas, la basura fuera de los latones, apestando y regada por el suelo.

Los portales transformados en cafeterías y negocios privados, engendros de un urbanismo horroroso, sin precedentes.

Y luego, esas colas de gente variopinta, que paga por un refrigerio un precio que no se corresponde con la calidad del producto. Que una pizza ni un dulce es un almuerzo sano.

Da pena ver como nadie protesta con el aumento de la inflación, subidas de precios sin control, diarias. Una completa anarquía.

Sentarse en un parque era agradable, romántico. Ahora son pocos los bancos que sirven, se han robado los espaldares, la vegetación descuidada, al garete. De noche, sin iluminación, ya no tienen faroles, como si a los postes le hubieran arrancado la cabeza.

Las amplias salas de cine dejaron de ser rentables. Cuando no hay festival permanecen vacías, solo van cuatro gatos, personas mayores, y mendigos a dormir, mientras dure la película. Se utilizan más para espectáculos humorísticos y de circo. En el mundo predominan las salas pequeñas, con variedad de propuestas fílmicas. Aquí estamos atrasados.

Y para qué hablar del transporte público, ese tema es casi mítico, sigue malísimo. La tarifa de los taxis subiendo hasta el cielo.

Tengo una amiga que decidió usar su bicicleta para recorrer una distancia inmensa de su casa al trabajo y viceversa. Pero cuando llega, ya no tiene piernas ni columna vertebral.

Ella me confiesa que no quiere pensar en el futuro, en lo que va a pasar, porque ese pensamiento la deprime. Entiendo su incertidumbre.

De noche no dan ganas de salir, más bien hay que andar escoltado, porque reina la oscuridad. Se habla de ahorro energético, pero a riesgo de tener accidentes de tránsito, de facilitar los asaltos, o de caer en un hueco profundo y romperse una pierna.

El gobierno se ha propuesto acabar con los negociantes, con los empleados corruptos, entregando una vez al mes, en la tienda que corresponde a tu bodega, un módulo de comida y aseo, pero es una limosna cara, que las personas de bajos ingresos no podrán pagar.       

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