Detalles en el cementerio

Irina Pino

HAVANA TIMES — La semana pasada mi padre cumplió años, y varios integrantes de la familia fuimos al cementerio de Colón, para rendirle tributo.

Se mandó a fabricar una lápida, que para lo que costó, no reunía los atributos artísticos necesarios. Tampoco fue hecha en ese lugar. Las lápidas las fabrica un tipo que vive cerca; son pequeñas y toscas, la letra tallada o dibujada es vulgar, y es igual para todo el mundo.

Y yo me pregunto ¿por qué no existe en el propio camposanto un taller para encargar este servicio? ¿Por qué hay que recurrir a un particular que no es un artista? La respuesta queda en el viento, como tantas otras.

Mientras estábamos allá, al lado de la tumba donde descansa el cuerpo de mi padre, vimos el abandono en que se encuentran algunos sepulcros, con las tapas rotas, las hojas amontonadas en el piso, en otras invade la maleza.

Apenas pudimos permanecer en estado de recogimiento, nuestro silencio fue interrumpido por un extraño, un anciano de más de 80 años se nos acercó, ofreciéndose para el mantenimiento de la tumba; había trabajado por 60 años en el cementerio y no le alcanza su retiro, que consiste en 240 CUP, por lo que se dedica a hacer una labor particular: cobra 20 pesos por limpieza de la tumba y los alrededores, luego va a la casa de los familiares, cada tres meses, a cobrar el dinero.

Humberto, el sepulturero

Humberto vive solo y no tiene hijos, su mejor amiga tiene cáncer, y es la que le avisa cuando alguien lo requiere, porque él no tiene ni teléfono. Hace unos meses tuvo un infarto y ella lo ayudó, entonces, ahora le toca a él ayudarla a ella, pues se encuentra en fase terminal de su enfermedad.

Con esta conmovedora historia, mi sobrina sacó el dinero de su bolsillo y lo contrató rápidamente; pero seguía hablando y diciendo que si deseábamos hacer una reparación de la tumba, él conocía a una persona confiable que lo podría hacer, y así sucesivamente, se iban sumando otras cosas, como por ejemplo, la planta que se debe sembrar en los jarrones, la poca durabilidad de esas lápidas, que tienen muy malo el pegamento…, por lo que apenas pudimos concentrarnos ni pensar en mi padre. Además, nos daba consejos, y nos alertaba a pasar por la administración para poner los asuntos en regla. Se notaba que conocía su trabajo. De igual manera, nos dijo la dirección exacta de la ubicación de la sepultura.

¿Durará este hombre suficiente tiempo para cuidar tantas tumbas? Nadie lo sabe, lo cierto es que está luchando en la vida que le queda.

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