De la vida a la muerte

Por Irina Pino

Mi madre.

HAVANA TIMES – Me ha costado trabajo escribir sobre la muerte de mi madre, ocurrida días atrás. Se hallaba en Terapia Intensiva en el hospital Calixto García. Ingresó, porque le diagnosticaron edema pulmonar y bronconeumonía, además de haber sufrido un infarto.

Los familiares más allegados y amigos íbamos cada día a recibir el parte médico, y a una visita rápida en la mañana. Le tenían puesta una mascarilla con oxígeno y le suministraban por vía intravenosa los antibióticos. Su estado era grave.

En uno de esos partes, el médico que estaba a cargo nos reunió para preguntarnos si queríamos que le pusieran respirador artificial, explicando, de antemano, que no iba a sobrevivir, pues sería una batalla perdida.

Toda la familia estuvo de acuerdo en que no le pusieran el respirador, pero al trasladarla para otra sala, los médicos tomaron la decisión de hacerlo, a pesar de que había un papel firmado por mi hermano que negaba tal práctica.

Después nos explicaron que tuvieron que realizarle la intubación porque moriría de asfixia, no podía respirar sola y sus actividades neurológicas comenzaban a fallar.

El respirador puede ayudar en un ambiente aséptico, en un cuarto privado, donde solo entre el personal médico. No en una sala llena de pacientes de diferentes dolencias, con el constante tránsito de personal médico y se permitan visitas.

Las bacterias del hospital debilitarán al paciente, y finalmente morirá. Mi madre duró nueve días. Sus órganos dejaron de funcionar.

Antes que ella, en ese lugar, murieron otros pacientes que también tenían conectado respirador artificial.

Los médicos de turno insistían que hacían lo imposible por salvarla, pero su corazón estaba envejecido, y su cuerpo desgastado no resistiría. Tenía 89 años.

En una de mis visitas, le hablé, recé una oración, a modo de despedida. Ella me miró y sonrió como mejor pudo, con la incomodidad del aparato que llegaba hasta su tráquea.

Ahora reflexiono, toda esa tortura para qué, la persona permanece como secuestrada, con los brazos atados y sin poder comunicarse. Se le suministran sedantes para mantenerla calmada. No puede pedir que la dejen morir en paz.

Mi madre, con mi padre y sobrina

Morir es complicado. En un departamento del hospital, que se encarga de los papeles del fallecido, contactan las posibles funerarias. En ese momento no había ninguna disponible, algunas estaban cerradas. Mi sobrino tuvo que ir a la funeraria de Zapata y 2, en el Vedado, para resolver directamente.

Allá le informaron que los autos fúnebres salen de una base, pasan por la morgue de los hospitales y trasladan el cuerpo a la funeraria. El trámite podría durar tres horas por la falta de combustible. Solo contaban con un vehículo.

Transcurrieron horas, más se demoró el carro fúnebre en traer el cuerpo, que el velatorio, la misa en la capilla, y el enterramiento en el cementerio.

Las flores estaban hermosas, las mandaron a hacer en un negocio privado. El servicio de coronas de flores de la funeraria no garantiza el transporte, los familiares deben ir a la florería por sus propios medios.

Creo que por eso la gente recurre a incinerar el cadáver, para evitar pasar por esa locura.

Recuerdo la serie televisiva estadounidense Six Feet Under, en la que el clan familiar tiene una funeraria con servicio excelente. Se hacía una hermosa ceremonia para honrar a los muertos, de acuerdo con la vida que llevaron. Aquí no hay respeto.

Me he sentido triste y desorientada, porque atender a mi madre ocupaba horas de lo cotidiano. Busco tareas que hacer, pero hay un vacío en mi interior que no se llena, una imagen que no se desdibuja: la imagen del sufrimiento en la sala del hospital.

Me pregunto qué pasaría por su cabeza, aquella retención en una cama, rodeaba de desconocidos.

Todo fue repentino. Ella siempre decía que quería morir en la casa, no en un hospital. Eso la aterraba. Mi padre murió en un hospital y ella no pudo verlo; solo después, dentro de una caja.

Debo adaptarme al cambio, hacer cosas, aunque es inevitable que la extrañe.

Me consuela pensar lo que dice una amiga querida, que el cuerpo es solo una cáscara, la energía no se destruye, el pensamiento, el espíritu, reencarna en algo. De la vida a la muerte, es solo un tránsito de la existencia.

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