Irina Pino
HAVANA TIMES – La posibilidad de conocer ciudad Panamá por la invitación de un amigo, me brindó un cuadro agradable donde la gente es amable por naturaleza, algo elemental que en estos tiempos se ve cada vez en menor medida.
La violencia entre las personas cubanas se demuestra en el contexto cotidiano, tanto en una cola, en un ómnibus, o quizás en lugar, supuestamente, más apacible.
A decir verdad, por las calles que transité, cerca de Vía España, las personas eran amables al preguntarles por una dirección o cualquier cosa, reaccionaban bien y me daban la información con educación formal.
Pude percibir que en las tiendas y en los establecimientos también son muy diligentes, y terminan diciéndote: “a la orden”, cuando solicitas un pedido.
Vi un homeless, que dormía a la puerta de un Mac Donalds. Aunque nadie se detuvo ni lo tocó a para saber que le sucedía.
Por primera vez, viajé en el metro, transporte que ofrece una comodidad y es climatizado, pero me atormenté al bajarme en la parada donde me dirigía, camino a uno de los malls más populares de allá: Albrook. Sitio enorme, con curiosas entradas que se identifican con animales como el tigre y otros no menos agradables a la vista, un detalle que atrae a los infantes para hacerse fotos.
El nivel de consumo me pareció sofocante, la gente se eterniza en este mall y transcurren las horas sin apenas darte cuenta. Vas de una tienda a otra, mirando, curioseando, comparando precios, porque hay para todos los bolsillos, desde locales de productos de marca, los más sofisticados, hasta los más económicos, para la clientela de menor ingreso. Al final, puedes que acabes comprando mercancía que no te hacía falta. Aunque no fue mi caso, porque iba en plan de acogida.
Confieso que me alegró no encontrar en las calles animales abandonados, no había rastros de perros y gatos vagabundos, solo observé pájaros en los árboles. Eso me encantó y me hizo acordarme de mis colegas y amigas, Irina Echarry y Verónica Vega, dos cuidadoras que abogan por los derechos de los animales.
En aquella ciudad pululan lujosos hoteles, casinos, centros comerciales, cafeterías y restaurantes, lo raro es que no vi cines ni teatros, tampoco bibliotecas, aunque sé que los hay.
La música que escuché en varios locales fue el odioso reggaetón, como si fuera una maldición que me persiguiera.
Abundan los anuncios publicitarios, de compra y venta, alquiler de inmuebles, liderados por una arquitectura de singulares construcciones, edificios que de alguna manera asemejan los rascacielos de New York.
No visité las llamadas zonas rojas, sitios peligrosos, donde me contaba un taxista que ocurren asaltos. Tampoco fui a Colón, donde radica la Zona libre.
Estuve de pasada por barrios marginales, donde la vecindad sigue habitando antiguos edificios, que a pesar de ser feos, los apartamentos no carecen de aires acondicionados ni de electrodomésticos. La gente que decide residir allí, lo hace por los bajos alquileres.
Me quedan otros sucesos, que contaré más adelante.
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