Viaje frustrado por intransigencia

Irina Echarry

En el aeropuerto Jose Marti de La Habana. foto: Caridad

HAVANA TIMES — Berta vive en México desde hace varios años. Desde allí, trabajando mucho, ha encontrado la manera ayudar a su familia. Cada cierto tiempo visita a su mamá en Cuba, pero este último viaje le resultará inolvidable.

Estuvo una semana en su casa y el día 4 de mayo, de camino al aeropuerto, el carro en que iba tuvo problemas en uno de sus neumaticos, el chofer se detuvo a solucionarlo. Eso, por supuesto, cambió el ritmo del viaje, pero como había tiempo suficiente Berta no se preocupó demasiado.

Siempre ha hecho ese viaje de regreso a México y ha llegado a tiempo para ir a trabajar. O sea, sale del aeropuerto directo al trabajo, y  descansa cuando termina la jornada.

Esta vez Berta llegó a la Terminal 3 del aeropuerto José Martí a las 3:05 de la tarde.

Fue enseguida a hablar  con  el  gerente  que   representa  a  “Interjet” (la línea por la que vuela),  el  Sr.  Guillermo  Bárcenas Pérez,  y éste le dijo que  desde las 3:00 pm  la  línea había cerrado; es decir, hacía solo 5 minutos, y faltaba casi  una  hora para la  salida del  vuelo.

Berta pasó largo rato explicando que trabajaba esa noche; suplicando para que la auxiliaran,  ya que el avión aún estaba en la pista (los pasajeros no habían abordado y ademas el propio señor Bárcenas admitió que había asientos sin vender).

También habló en los departamentos de Tráfico e Inmigración (donde estaban dispuestos a ayudarla si el señor Bárcenas lo aprobaba); caminó de un extremo a otro el aeropuerto buscando ayuda; pero el gerente no le permitió documentarse y por supuesto ella no pudo viajar ese día.

Muchas sensaciones experimentó Berta en todo ese tiempo hasta que regresó a su casa e hizo el cuento: sorpresa por el absurdo, desesperación porque el tiempo pasaba, preocupación por la posible pérdida del trabajo, ira por la intolerancia, duda sobre la integridad del gerente.

Nunca he viajado al exterior, pero son famosas las historias de extorsión en el aeropuerto, sobre todo entre cubanos que entran o salen del país, por eso Berta y los otros que también se quedaron sin viajar ese día pensaron (aunque ninguno se decidió a dar ese paso) que si hubiesen ofrecido algún dinero, tal vez habrían tomado el avión.

Aún así nadie quiso quejarse ni siquiera de la mala forma del gerente que, según contó Berta, vociferaba y hasta mandó a callar a una empleada que intentó explicar algo a los pasajeros.

Al otro día todos fueron y desembolsaron 176 pesos por el cambio de fecha de vuelo; lo más probable es que no vuelvan a volar por Interjet. Pero Berta escribió cartas a varios lugares, sobre todo denunciando el maltrato y la grosería que sufrió por parte de ese gerente.

Todavía no sé si Berta perdió el trabajo por esa intransigencia.

Claro que algunos dirán que el gerente solo cumplía con su deber, pero lo que más llama la atención es que deje tan desprotegido a un cliente. ¿No debe ser al contrario?

¿Entonces el cliente no siempre tiene la razón? ¿Ni aunque pague?

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